El sábado amaneció frío en Cieza y el resto de la región. Es lo típico de los inviernos, unas diferencias entre el amanecer y el mediodía de 20 grados. En la Azohía y pese a la diferencia de altitud, la montaña impide al sol bajo de invierno calentar el puerto en las primeras horas de la mañana y de esa manera estábamos dando saltitos mientras esperábamos al grupo.
El puerto de la Azohía gracias a su situación geográfica, punto sin salida al extremo de la bahía de Mazarrón, conserva todavía un aspecto tradicional, sobrio tirando a pobre, con un simple espigón y poco mas. Es impresionante la almadraba desmontada en la orilla, rollos y rollos de grueso cable de acero enrrollado y embreado, cientos de boyas esperando su colocación, y a escasos metros dentro del agua, las chalupas grisaceas con el borde rojo y el barco negro que transporta este material grasiento y que "no se mancha nunca".
Tomamos la salida 8 barcos, bajo el sol nos quitamos las mangas largas y paleamos bajo los acantilados hasta Cala Cerrada, breve pausa sin desembarcar donde Amadeo se ajustó los reposapiés. Durante toda la jornada la bruma difuminó las esplendidas vistas, no se distinguían las costas a partir de unas 5 millas.
Sin viento ni oleaje pudimos disfrutar de unas extrañas corrientes bajo una determinada parte del cabo, originadas por no sabemos qué. Al doblar Cabo Falcón y Cabo Tiñoso, el mar se quedó como una lámina de mercurio, los kayaks se deslizaban silenciosos y veloces en una de las típicas calmas de enero que por aquí tienen lugar.
Desembarcamos en Cala Boletes, pequeña pausa y refrigerio y vuelta, charlando e intentando pescar, ni un solo tirón en todo el día. Yo ni siquiera me llevé los artes, no está el agua para pescar. Todo el tiempo con el timón arriba y disfrutando de los canteos. En aguas tranquilas es una delicia la respuesta de la Skua, con mar turbulento es otra cosa...así que no me determino a quitar el timón, de momento.
Ahora le toca a Paco la parte bonita.
