Hola a todo el mundo, o, al menos, a la porción de él con representación en este foro. Para evitar el enrollarme, defecto al que soy propenso, os presento mis credenciales a modo de esquema:
-Cierto día en Esteiro (ría de Muros-Noia), mi estimado padre, hombre espléndido por naturaleza, apareció con una piragua encima del coche. Era una Nova biplaza de fibra, roja como ninguna. Los dos remos, uno de ellos con la pértiga desmontable, eran todo el equipamiento que acompañaba a la embarcación. La alegría del momento fue inmensa.
- Tras haber circunnavegado la ensenada de Esteiro en la dorna de mi abuelo, demasiado pesada para mí y en la que mi papel se reducía al de afortunadísimo y respetuoso pasajero, en un delfín hinchable, que exprimí hasta sus últimas posibilidades, y en una balsa, la aparición de la piragua tuvo más consecuencias en mi vida veraniega que la revolución industrial, el Tour de Francia o las deslomadas novelas de Los cinco.
-Mi padre no tardó en aburrirse y pronto me convertí en el único tripulante. Primero, me lancé a explorar las mejilloneras y me hice especialista en pasar por debajo de los travesaños, entre las cuerdas. Luego, me aventuré hasta "A concheira", una zona de bajíos en la que aprendí a deslizarme sobre las olas. Más tarde, cruzando la bahía, llegué hasta la isla de la Creba, una mole de roca coronada por un caserón, que entonces ocupaba obsesivamente mis imaginaciones y fantasías. Y, por fin, considerando que me había sido administrado el bautismo de fuego en el mar, traspasé los límites del mundo conocido y remé, dejando atrás la Creba, hasta Portosín, al otro lado de la ría.
-Gracias a la manga de la piragua, verdaderamente notoria aún comparada con su eslora, nunca volqué. Hubiera sido nefasto, dado que no llevaba chaleco ni cojines de aire y la piragua no tenía tabiques y sí un peso colosal. En cierta ocasión, mientras navegaba entre la Creba y Portosín, las olas, que se me antojaron montañosas, me hicieron pasar un rato insidiosamente largo, terrorífico y extenuante, que todavía recuerdo.
-Ahora, atemorizado por el sedentarismo y la modorra, he decidido volver al tajo. He comprado una piragua, un remo, un dispositivo de ayuda a la flotabilidad (que no, por lo visto, salvavidas), un libro, un carrito de transporte y, con el último resto que me quedaba en la alcancía, un kilo de naranjas para festejar. Vivo en Vigo (y no lo niego) y, por si resultara de utilidad, os cuento que me dedico profesionalmente a la traducción literaria, del inglés o el portugués al castellano o al gallego. Si hay algo que queráis leer en vuestro idioma (y siempre que no sea muy largo, por favor) os lo traduzco a cambio de soportar el tostón que acabo de escribir.
A más ver y enhorabuena a quien corresponda por el sitio Web.