El sábado por la noche cambié de planes después de llamar a Paco y comprobar que tenían previsto salir del agua pronto, para llegar a comer a casa, así que madrugué y conduje todavía de noche hacia Cartagena, habíamos quedado en El Gorguel a las nueve.
El desagradable olor químico que rodea Escombreras contrasta con la espectacular floración del valle, repleto de flores amarillas sobre un tupido fondo de hierba verde. El terreno está húmedo y la naturaleza ha explotado, exuberante a pesar de la carga tóxica que diariamente recibe. Y después el vertedero de Cartagena, la horrible montaña de basura recubierta de tierra que precede la entrada al camino del Gorguel. Miles de gaviotas vuelan en círculos mientras las excavadoras remueven las toneladas de deshechos que allí se acumulan. En minutos se puede experimentar una extensa gama de nauseabundos olores, que sorprende por el contraste con el hermoso valle de Escombreras, sencillamente porque “no deberían de estar allí”.
Pero así es y dentro de poco será peor, consecuencias del progreso. Se está gestando la construcción de un nuevo puerto para contenedores dentro de la bahía del Gorguel, que previsiblemente impulsará la economía regional al posibilitar que en este puerto se puedan descargar contenedores, y el tráfico de mercancías en camiones que ahora se realiza mayoritariamente desde Valencia se desplazará en parte a nuestra región.
No hay indicación alguna que ayude a encontrar el camino de acceso a la playa, que discurre por el curso de una rambla, la cual servía de canal de desagüe a los vertidos de explotaciones mineras hoy cerradas. Cuando se consideró cesar la actividad, simplemente se marcharon, y ahí quedó el impresionante y desolado paisaje lunar que, pese al empeño humano, la naturaleza –si la dejamos- enmendará.
Hay que conducir con precaución, sorteando grandes charcos y piedras, pasando por debajo de un puente de tres arcos, casi rozando las paredes. El camino discurre paralelo al torrente seco, a veces compartiéndolo. A los lados los palmitos, las flores amarillas y la humedad de las recientes lluvias convierten este trayecto en hermoso, muy diferente a lo polvoriento del verano. Los charcos que se encuentran están teñidos de óxido, colores rojizos de cualquier metal que no conozco pero que advierte que la vida en él no es posible.
Una neblina densa se agolpaba en todo el litoral de la playa, las grandes olas rompiendo creaban una especie de vapor que impresionaba, unido a un grupo de pescadores que en la orilla oteaban el horizonte, con las barcas de pesca preparadas y que desistieron de salir por el mar de fondo y alto oleaje. Esperando a Paco y Emilio llevé el coche por la arena, sorteando lodazales, hasta el extremo opuesto de la salida habitual, donde la cresta de la ola rompiente era menor. Paco y Emilio llegaron y después de montar las cañas, estabilizadores, cámara, etc…nos metimos al agua.
El abrigo que ofrece la bahía durante unos trescientos metros se perdió al encontrarnos en mar abierto, olas de dos metros, paredes de agua que causaban impresión. El viento soplaba de Sudoeste, mar de fondo y olas cruzadas. Paco estaba flipando con su pato-kayak, seguro como nadie, disfrutando y viéndonos padecer a Emilio y a mí. Emilio nunca había navegado con semejante oleaje, y yo estrenaba pala esquimal en mar. No es lo mismo que en agua tranquila, os lo aseguro. Decidimos acercarnos al criadero de atunes, pese a que la visibilidad bajo el agua era nula, y estar cerca del vallado flotante un peligro, los vaivenes, subidas y bajadas de las boyas asustaban. Yo volví un poco a resguardo y pasé un buen rato apoyando, tocando la pala y cogiendo confianza, que poco a poco adquirí y seguimos navegando entre cabos, asomándonos por puntas en las que el mar se estrellaba con furia. Conforme avanzaba la mañana nos sentíamos más tranquilos y seguros, Emilio sacó una doblada y luego avanzamos hacia Portman. A medio camino se vislumbraban las olas rompiendo, y recordé que en esa zona hay que atravesar la rompiente para llegar a la playa, lo que supone un riesgo que hay que saber asumir, volcar lejos de la orilla y en rompientes de dos metros.
Así que enfilamos hacia una cala de arena, se veía una pendiente escasa y las crestas de las olas crujían prácticamente en la orilla, lo que me hizo suponer que en caso de vuelco no habría peligro, la profundidad debía ser escasa y el suelo arenoso. Esta suposición la verificó Emilio en sus carnes, le cogió una ola y le viró el kayak, en medio del susto apoyó en el lado contrario de la ola, y volcó. Salió muy bien, yo le agarré el kayak y una vez en la arena se quitó la ropa mojada, un cigarrito, plátano y bautizo hecho.
Para salir había un cierto aire de susto, pero esas olas no demasiado altas se podían cruzar sin riesgo, de proa y sin parar de palear. Yo cogí alguna refrescante, y Emilio y Paco salieron sin que les sorprendiera ninguna. Volvimos sin pausas, con el mar en contra y sin más sobresaltos. Yo disfruté mucho con mi pala esquimal, de hecho me llevé las dos. La primera pala tiene el mástil rectangular con los cantos redondeados, la parte estrecha en línea con las hojas, y ya apunté que para el paleo rápido era incómodo. Pero para apoyar y mar agitado ha demostrado ser mucho más eficiente que la otra. La sensación de apoyo es superior, en cada instante conoces la posición exacta de las hojas respecto al agua. Voy descubriendo apoyos nuevos que con una pala europea son sencillamente imposibles, básicamente porque esta pala flota, tiene las hojas en el mismo ángulo y a veces es mejor considerarla tabla que pala. Puedes cogerla por un extremo, apoyarlo en el costado de la bañera y dejarla totalmente en el agua, te ofrece una estabilidad de miedo, puedes girarte a mirar por la espalda, despreocuparte de las olas, etc…Si la agarras por la punta con una mano y la otra a unos cincuenta centímetros, apoyando el otro extremo en el agua, y haces fuerza hacia abajo, te cuesta muchísimo hundirla, y eso es un apoyo fantástico. Se podría hablar de palancas, en lugar de apoyos. He de decir que ayer tampoco saqué el timón, y el día estaba para usarlo. El tema de los canteos en el pantano está muy bonito, pero en oleaje es otra historia, tiré más de pala que de cadera.
En resumen, una preciosa mañana en el mar, verdadero mar. Cuando las circunstancias requieren de toda tu atención te olvidas de verdad de cuanto orilla adentro ocurre, de las preocupaciones mundanas y de cualquier tontería. Las sensaciones de gobernar tu barco en medio del viento y las grandes olas están por encima de la rutina que nos espera hasta el sábado próximo.