Tengo una para contar, y no estoy seguro de exagerar si digo que es toda una suerte que lo pueda hacer.
Fue la mañana del 24 de diciembre, se levantó un día cojonudo y allá voy yo con el autovaciable a dar la vuelta a una punta que ya había intentado doblar un par de veces y no me habían dejado, en una ocasión el mar y en la otra el viento. Para los de la zona deciros que salí de Os Botes dirección Valdoviño.
Ese día estaba el mar estupendo, ya pasaría de los dos metros el mar de fondo pero es que cuando el viento te deja palear yo ya considero que es un día bueno.
El destino era una playa que, para lo que acostumbramos aquí, es un arenal muy grande enmarcado entre rocas que es donde estaba yo, me interesaba escrutar esos fondos porque suelo ir a pescar allí desde la costa y me acerqué a una piedra conocida como El Baluarte; las olas rompían en la playa frente a mí, a unos doscientos metros, de modo que me relajé y estuve por allí ramoneando, ignorando el mar a mis espaldas hasta que decidí que había cumplido el objetivo y ya estaba bien; cojo la pala, y en cuanto giro un poco ya me veo por el rabillo del ojo un paredón de agua -tenía que serlo para levantarse allí, tan lejos de las demás- con una verticalidad más que sospechosa, estaba casi encima de mí y a punto de romper. Sólo me dio tiempo a aproarme a ella, cuando di la primera palada efectiva ya la había remontado e incluso pensé que la había superado -estaba entre el spray y no veía nada- pero cuando pude ver algo eso fue una roca pasando junto a mí... en la dirección equivocada, vamos, que iba montado en la ola pero para atrás; pegué otra palada para intentar salir por arriba y en ese momento el kayak se cruzó y salí despedido.
Vale... estoy en el agua. Cagada, no contaba con esto. Siempre llevo una caña y con tanto meneo tengo como doce o quince vueltas de sedal alrededor del cuerpo... esto no ayuda y es lo primero de lo que hay que ocuparse, para cuando termino ya estoy exhausto. Toda la vida he picado las olas para pasarlas por abajo, así que es lo que intento hacer pero en seguida me doy cuenta de que con un chaleco es imposible. La pala iba atada al kayak pero me la quedé yo, aprovecho para remar con ella y tratar de coger la montura pero cuando estoy a un metro escaso de ella viene otra ola: el kayak por su lado y la pala y yo por otro muy distinto. Y aquí viene el momento más tenso, dos olas que me enganchan y me llevan contra las piedras en modo pelele, lo único que puedo hacer es poner las manos por delante y esperar un golpe que nunca llega, en ambas ocasiones he pasado por un canal entre las rocas. El Monstruo de Espagueti Volador está conmigo, nada me falta.
Consigo salir del agua y me hago un chequeo, lo único que tengo es un hostiazo en la rodilla que me estará dando los cambios de tiempo una temporada, aún así otra suerte que tuve fue que ese día llevaba un pantalón de neopreno de 5mm porque típicamente voy en bañador. Bueno... pues vamos a por el kayak; echo a andar y el kayak que no aparece, pero cuando miro mar adentro tampoco lo veo así que entiendo que debe estar por allí; ahí está, como a 500m de donde aparecía yo y chocando contra las rocas; ya casi no cuento con nada de lo que en él había pero sorprendentemente el único daño son la aguja del carrete que ha quedado hecha un churro y la manivela que ha desaparecido... bueno, y la goma sujetapalas que no fue capaz de resistir el apego que le tengo a la mía.
Otra suerte más fue que el kayak había quedado en una zona que tenía un reembarque sencillo, de otro modo hubiera cogido todo y me hubiera ido arrastrándolo hasta el coche. Pero no, me monté en él, salí de la rompiente como pude -con más pena que gloria- y volví a origen con unos cincuenta litros de agua dentro del kayak que no tuve huevos a vaciar.
Esta es mi historia, yo concluí que fue más despiste que imprudencia pero en cualquier caso no debe volver a suceder, qué mal rato. También tuve suerte de que ocurriera en un lugar donde, al fin y al cabo, a unas malas tienes una salida por la playa pero después de eso he intentado volver a sitios a los que antes iba con total despreocupación y ahora me parecen poco menos que trampas mortales porque en ellos las olas no te llevan contra una playa de fina arena sino contra un acantilado granítico, o sitios en los que el mar lleve tu kayak hacia mar abierto en lugar de hacia la costa. Si digo que tengo suerte de poder contarlo no es porque viera pasar frente a mis ojos la película de mi vida ni nada parecido sino porque después he pensado en cantidad de cosas de ese tipo que podrían haber salido mal y no lo hicieron.
Podéis reñirme. Sé que alguno no desaprovechará la ocasión.