Autor Tema: Ruta Fenicia 2007  (Leído 7755 veces)

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Desconectado Alfonso

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Ruta Fenicia 2007
« : 28 mayo, 2007, 17:30:43 pm »
El sábado por la mañana aparqué a la puerta del camping caravaning de La Manga. Este curioso nombre le viene porque dentro de su inmensa extensión están instaladas un gran número de viviendas móviles cuyos propietarios y bajo régimen de alquiler las dejan allí ubicadas durante toda la temporada, en realidad casi todas a perpetuidad.
La distribución cuadricular del terreno rectangular del camping está dividida por varias avenidas centrales de unos 800 metros asfaltadas, y las transversales de gravilla. Es muy curioso pasear y observar como cada campista ha transformado su parcela adecuándola para extensos periodos: suelos alicatados, jardines frondosos, porches íntimos, gnomos y esculturas de jardín de influencia transpirenaica que convierten a este sitio en una pequeña ciudad residencial con pistas de tenis, fútbol, parque infantil, piscina y playa, realmente en una buena alternativa, especialmente para familias con niños en verano. El resto del año son ingleses, franceses, alemanes y del norte de Europa mayoritariamente los que disfrutan del microclima semi tropical del Mar Menor.

Estos pensamientos me ocupaban mientras me dirigía a la playa, frente a la cual está la cafetería y restaurante, abierta a partir de las nueve, mi gozo en un pozo, mi café aplazado. El mar como un espejo, ni un soplo de brisa, ahora creo que se trató de un espejismo o una broma cruel del dios del viento.

Llegó Juan Carlos desde Orihuela con su Sipre Murano de carbono y la cargamos en mi coche. Juan Carlos “el estropeao” , que se hace 140 kilómetros por domingo entre los pueblos de montaña de Murcia, no pudo salir el domingo, y de esa manera tenía su vehículo listo en el punto de destino de la primera jornada para volver a casa.

Cuando llegamos a La Ribera, en el extremo opuesto del Mar Menor, Pepe Bermejo descargaba su Dagger Exodus y mientras nosotros hacíamos lo propio fue llegando el resto del personal. Esta edición de la Ruta Fenicia ha sido la menos numerosa en cuanto a participantes, parece ser que las adversas condiciones de otros años han hecho desistir a muchos anteriores asiduos a este encuentro.

Por primera vez nos acompañó durante toda la primera jornada una zodiac grande de la Guardia Civil, con dos guardias, una acompañante y un perro. La capacidad de esta embarcación de color negro y posiblemente proveniente de otros y muy diferentes menesteres (tráfico de drogas) nos vino al pelo, nos llevaron la carpa, macutos, material y todo lo que se nos ocurrió. Además Alejandro pilotaba una zodiac pequeña del club, y Nass otra con los alimentos, barbacoa, etc.

Anto estuvo presente en la salida, aunque no partió con nosotros hasta el siguiente día. Estrenó su Pacific blanca, muy bonita y marinera. Este modelo lleva un asiento diferente al que yo conocía, con un respaldo alto integrado con el asiento, en fibra y de una pieza, con la peculiaridad de que no es plano, sino  con un leve abombamiento en su parte central que se ajusta perfectamente a la curva lumbar. Su relativamente escasa longitud no limita para nada su estabilidad y rapidez, y por  contra la hace muy manejable en giros, sin orza ni timón.

Los primeros ocho kilómetros hasta Los Alcázares los cubrimos con la natural alegría de los comienzos en un ambiente festivo, relajado, bromeando. Nos quitábamos la palabra de la boca unos a otros, la verdad es que estábamos contentos de reunirnos y tener dos días por delante para disfrutar en buena compañía. Y hablando de compañía, disimuladamente  empezó a aparecer el viento y a la llegada a la rampa de embarque del Centro de alto rendimiento de Los Alcázares estaba en todo su esplendor. Los catamaranes y pequeñas embarcaciones a vela lo tenían muy difícil para llegar sobre sus carritos hasta la orilla, las ráfagas discontinuas en las velas entorpecían estas maniobras y alegraban tanto a los regatistas como nos preocupaban a los palistas.

Se incorporaron Alejandro el argentino y su joven pupilo del Club de Calasparra. Desde La Ribera y a remolque de zodiac vinieron para ellos las dos Nelos esquimales cuyo nombre original no hay quién conozca, marineras y veloces.

El viento del noroeste nos atacaba por babor en la trazada hasta la isla Perdiguera, pero sin dificultarnos en exceso en nuestra trayectoria. Hube de aguantar el cachondeo del legón, que es como llaman mis colegas a la pala esquimal, el palico, el palo de la escoba, etc. Pero yo salgo a divertirme, y actualmente lo consigo con este tipo de pala y sin timón. Anoto ahora que el trozo de espuma de la tabla de body board que coloqué en lugar de la riñonera no tiene precio, me aguanta la espalda de cine, ni una molestia, una comodidad excepcional y además he notado un mejor control del barco, me siento mucho mejor encajado y la fuerza del tronco se traslada perfectamente al casco, y gratis.

La isla Perdiguera es la segunda en extensión del Mar Menor, a unos siete kilómetros de Los Alcázares. Como el resto de las islas es de origen volcánico, y consta de dos montañas cónicas unidas por un istmo de arena casi a nivel del mar. El nombre es un cuestionable recuerdo de tiempos pasados, aquí venía Franco a cazar perdices, las pobres no tenían donde esconderse. Hace dos años se demolieron dos chiringuitos dejando a “La Rosario” como único establecimiento gastronómico, el cual sencillamente ha engrosado su tarifa con la de los dos anteriores, y el resultado es que ya no se puede comer allí (pagando poco o normal).

También unas ruinas que pertenecieron a la marina o algún otro estamento oficial afean este bello reducto, pero por lo visto no hay tanta prisa por eliminarlas. Nunca me había acercado a ellas, y entre sus tabiques medio hundidos encontramos un despropósito de restos de construcción, remolques podridos, basuras incalificables y por fortuna una pila de sillas de plástico que nos vinieron al pelo. Al ser estas ruinas el único obstáculo frente al viento nos ubicamos a su refugio para comenzar con la barbacoa. La primera sorpresa, cuando le pregunté a Nass por Alejandro y el butano, se les olvidó la botella.
Volvió a La Ribera y a escasos metros de la orilla el motor murió, cubrió a remo el tramo restante y los compañeros de Los Alcázares nos prestaron una motora en la cual llegó no muy tarde.

La carpa desmontable nos daba sombra, dos mesitas plegables, neveras con hielo, cervezas y refrescos, queso curado, patatas fritas, aceitunas, conservas de mejillones y almejas, pinchos morunos, lomos, salchichas, morcillas, tomates y helados. Confieso que tenía mis reservas ante la aparente improvisación del tinglado, pero finalmente la buena armonía y las ganas de pasarlo bien se impusieron y comimos estupendamente y como siempre, riéndonos.

Guti nos estaba esperando en la isla para acompañarnos durante la barbacoa, el amigo está esperando la llamada del bebe, su mujer ha cumplido y en cualquier momento tendremos aquí a una futura marinera, esperamos todos que sea “una hora corta”.
Nos tomamos el café, eso sí, en el chiringuito, y volviendo para recoger nos tropezamos con un grupo de cuatro mastodontes intentando sacar del mar un tractor con el que limpiaban de algas y suciedad la ribera. El fango negro había apresado una rueda trasera totalmente, y no había manera, incluso con otro tractor que tirando de él no lo movía ni un milímetro. Fue un poco de película, pues veníamos tres del bar, y los pobres limpiadores estaban exhaustos después de tres horas forcejeando, tirados en el suelo y resoplando. Paco Rufete que es un cachondo les espetó: “¿Qué, a gusto descansando, eh?” Y se levantaron como perros rabiosos insultando, con los nervios a flor de piel. Paco les tranquilizó y les propuso que le diéramos un empujón. Estos tíos eran de película, forzudos de gimnasio, rapados, llenos de tatuajes carcelarios, cicatrices y piercings, y nos miraron con nuestras lycras…en fin.
Pero cuando desaparecimos tras el montículo y volvimos con el resto del grupo, dieciocho tíos recién comidos, cogimos el tractor en peso y lo pusimos mirando en la otra dirección, salió de su trampa como un canguro de un salto. Entonces cambiaron la anterior hostilidad por sonrisas, nos convidaron a cafés y otra cosa que contar.

Pero, y ahora viene el pero, pero…eran las cuatro y media y el mar estaba blanco, el viento soplaba casi directamente desde nuestro punto de destino, olas cortas y altas, las típicas del Mar Menor, rachas de hasta 40 km/h. Todos los participantes teníamos experiencia en situaciones semejantes, algunos decidieron afrontar este último tramo de ocho kilómetros en línea recta, pese a que el viento y la ola les entraría ligeramente de babor. Yo opté con otro grupo por encarar las olas y el viento hasta la orilla, y una vez en la costa paleamos paralelos a ella hasta el camping, un poco más de distancia pero a mi entender más lógico debido a las condiciones del mar. Luego llegó el turno de los
reproches en cuanto a que si hubiera llevado timón, etc, pero como dije antes yo salgo a divertirme, y en ocasiones creo que el planteamiento es similar a subir una montaña, cada cual opta por la ruta que mejor se adapta a sus posibilidades o condiciones. Todos llegamos al mismo punto, casi al mismo tiempo, pero nosotros en mejores condiciones.

Pablo estrenaba su Nelo Navigator de carbono y cubierta azul, prácticamente invisible entre el oleaje. El timón no le funcionaba a su gusto, y junto conmigo y Pepe Bermejo en su Dagger paleamos en formación al mismo ritmo y separados unos 10 metros por barco, aunque teníamos que hablar a gritos por el ruido del mar.
Cuando embarcas para hacer un tramo difícil, el estado de ánimo no es el mismo por ejemplo que a la mañana, con mar plácido. Lo haces con un punto de nerviosismo en el cuerpo, sabes que el oleaje y el viento en contra no te van a dar un segundo de respiro, que tienes que estar alerta y con la pala bien sujeta esperando la ola que te quiera volcar, tu meta a lo lejos y un punto de incertidumbre al que prefieres no prestar mucha atención pero que ahí está.
La frecuencia de olas es corta, puedes estar cruzando dos al mismo tiempo, y cuando subes una grande ya sabes que la tercera te pasará por encima del kayak, no hay más que aguantar con la pala lista, la cabeza agachada exponiendo la visera de la gorra  para que te quite algo de agua en las gafas.  En media hora toda la ropa está blanca de sal, el sol y el viento secan rápido el agua y la doble carga de sal del Mar Menor hace brillar las tapas de los tambuchos, el cubre, el chaleco, las gafas, los labios, las orejas, y además nos gusta. Navegar de cara al atardecer soleado y ventoso, espumas en la cara, sensaciones impagables.

Este año las parcelas adjudicadas para nuestro grupo en el camping se encontraban a pocos metros del mar, otros años tuvimos que acarrear pertrechos y embarcaciones casi 500 metros, una pesadez tras un día duro de pala. Montamos tiendas, nos aseamos y en varios taxis nos marchamos a cenar a Cabo de Palos, en el restaurante chino a costa de la inscripción. A la vuelta se hizo un poco tarde, a la una de la madrugada empezó la orquesta gástrica y algunos más y otros menos, pasamos la noche como se pudo.

El domingo por la mañana desayunamos en la cafetería frente al mar, que estaba ligeramente rizado. La previsión repetía el pronóstico de  viento en cuanto a la dirección, rolaba a mediodía dirección Noreste para convertirse en  Lebeche, pero con más intensidad. El trayecto previsto contemplaba la salida al Mediterráneo por el canal de Marchamalo, doblar Palos y  hacia el sur costear hasta Portman, cerca de Cartagena, lo que suponía exponernos totalmente a las olas de mar abierto y fuerte viento racheado atacando de costado. Inteligentemente decidimos cambiar el recorrido, y una vez en mar abierto tomamos en dirección opuesta hacia la isla Grossa para terminar en San Pedro del Pinatar. La distancia a recorrer es la misma pero con mas seguridad y posibilidad de disfrute.

Junto a Anto cubrí las millas hasta la Grossa luchando/peleando por lo mismo y ambos con palas esquimales y desprovistos de timón y orza. El viento nos entraba a esa hora desde el Noroeste, y las proas buscaban este rumbo. Vamos descubriendo los momentos especiales para el canteo, extensiones con la pala, efecto timón, e infinitas posibilidades que todavía hemos de aprender.
Durante los diez kilómetros desde Marchamalo hasta la isla, el viento se aplacó para tomar fuerzas y cambiar de dirección, así que durante esa breve calma, bajo las paredes rocosas de la cara sur de la Grossa pude inspeccionar las pequeñas cuevas, comprobar la claridad de los fondos y llenarme con el aroma de las aguas en las rompientes.

La isla Grossa es una Z.E.P.A (zona especial protección aves), está prohibido desembarcar allí. Antiguamente era guarida de piratas berberiscos, en sus cuevas escondían los botines y desde allí planificaban sus incursiones al litoral. Prueba de ello son las bellas torres de vigilancia que todavía quedan en la costa, las más de ellas medio derruidas y arrinconadas por los “greens” tan de moda actualmente.

El guarda de la isla, dependiente de Medio Ambiente, mostró la cordialidad habitual de su gremio para con la gente del kayak, es evidente nuestro respeto a la naturaleza, nuestras embarcaciones no contaminan y nos ilustró de las peculiaridades de las colonias de aves que allí habitan, incluso insistió en que no cargáramos con nosotros los restos del desayuno, se ocupó el mismo de embarcarlos en su lancha.

Y empezó el rock and roll, el Lebeche asomó de verdad y convirtió los 14 kilómetros hasta San Pedro en un festival de surfeo, una delicia para la navegación. Las olas tenían el tamaño justo para no hacer derivar e impulsaban los kayaks con alegría, paleábamos divirtiéndonos de verdad. Juan de Santa Pola vino sólo el domingo con su Sedna tuneada y sacó una vela con la que avanzaba a mi par sin necesidad de palear.

Esta vela funciona a la perfección y cuesta 5 euros. Se compra una tienda de campaña de 10 euros en una gran superficie, y  un lateral de la misma se recorta, las varillas de la tienda se convierten en sables, y se unen por abajo con una “v” fabricada con tubos de PVC y un codo de fontanería (1 euro). A los lados se colocan dos cabos que se llevan con ambas manos. Tensando un cabo e inclinando lateralmente la vela, el kayak escora hacia el mismo lado y viceversa. Veíamos a Juan cruzarse de un lado a otro con una sonrisa en los labios, me quedé maravillado de la efectividad e ingenio del invento.

Juan paleó con una pala esquimal desmontable, de madera de pino y un poco pesada, razón por la cual optó por convertirla en la de repuesto. Yo usé la de samba por su ligereza, durante toda la ruta y en ningún momento eché de menos la clásica.

Según avanzábamos paralelos a La Manga, las edificaciones decrecían en número y los espacios abiertos se multiplicaban. Los últimos kilómetros son de escaso fondo, por aquí se produce el intercambio de agua entre los dos mares. Los molinos de sal solitarios y en desuso son las únicas construcciones, las encañizadas lo llenan todo. Son artes tradicionales de pesca que consisten en cercos de cañas clavados en el fondo y que a modo de corrales engañan a los peces conduciéndolos a cajones sin salida.

Faltando un kilómetro escaso nos paramos de nuevo en la orilla, únicamente para estirar un poco más el día, no nos sentíamos cansados y un poco tristes de ver tan cerca el final. Con ese viento a favor cualquiera puede hacer cincuenta kilómetros sin enterarse.

Pero todo tiene un fin, y el nuestro consistió en elegir el lugar más sucio de desembarque en San Pedro del Pinatar, lleno de algas putrefactas en un caldo espeso similar al que se usa en los juegos japoneses, esos en los que muchos se ríen del que se cae. Por suerte con los lavapiés instalados en la orilla nos limpiamos el engrudo y en dos furgonetas del Club La Ribera nos dirigimos al polideportivo donde los que quisieron se ducharon y todos comimos juntos, reparto de camisetas, esta vez buenas, de lycra de marca y subvencionadas por el amigo Paco Rufete.

En el club fuimos cargando a las cinco de la tarde, nos despedimos y hasta llegamos a tiempo para votar, lástima por el resultado (otra vez).

Son ya muchas ediciones de la Ruta de los Fenicios, no podría decir cual ha sido mejor o peor, aunque esta edición ha sido muy buena para mí. Quizás el reducido número, entre 18 y 20, ha hecho del grupo una piña, el trabajar juntos para la barbacoa, el buen ambiente y los mil cien chistes nuevos y casi todos olvidados ya, la buena gente y el buen humor. También la flexibilidad y el acuerdo entre todos para los cambios y adaptaciones según el estado del mar, el mar en sí que nos ha regalado condiciones diferentes, difíciles a veces y gratas las más, que bueno es palear.

Y por supuesto un GRACIAS grande y fuerte a Alejandro Agüera, motor, gasolina, repuesto y alma de la ruta, que una vez ha demostrado que con humor permanente y buena voluntad se pueden organizar travesías para el recuerdo.