Almería Expedition Mayo 2008
El día 1 de Mayo partimos desde las playas de Águilas en Murcia un grupo de ocho amigos en kayak con la intención de navegar cuatro jornadas para finalizar en Cabo de Gata, Almería. Esta es la relación de componentes, sus barcos y palas:
Jesús “Guti”, con Sipre Tintorera y Bracsa liminar.
Amadeo, con Nelo Navigator y Galasport semi cuchara.
Alejandro, con Sipre Tintorera y Galasport semi cuchara.
Raúl, con Epic 16 y pala clásica.
Fer, con Sipre Murano y pala clásica.
Robert, con Goltziana y pala Epic semi cuchara.
Pedro Luís, con Fun-Run Skua y Bracsa cuchara.
Alfonso, con Fun-Run Skua y pala groenlandesa.
Yo era el único con este tipo de pala y sin timón ni orza, de lo que me arrepiento, especialmente de no haber llevado también una pala con mas tracción que me hubiera permitido apoyar paleando en lugar de apoyar de costado, tantas y tantas veces.
Salimos desde Cala Reona donde coincidimos los dos grupos que partimos desde Alquerías y Santiago de La Ribera, gracias a Sergio Meseguer y la familia de Alejandro, los cuales nos acercaron con remolques y también recogieron en Almería, gracias a ellos que nos facilitaron tanto la logística.
Nos encontramos mar de fondo desde el principio con viento de levante que nos entraba por babor y nos ayudó bastante, a ratos. Nadie sacó el curricán, tanto por lo dificultoso de recoger como por la alegría del grupo, hablábamos entre nosotros sin parar, bromeando, riéndonos, cosa difícil de hacer pescando porque hay que distanciarse para no enredar los sedales.
Cruzamos Despeñaperros, a nuestra izquierda la Isla de San Juan de Terreros, el Pozo del Esparto y pequeñas calitas bajo una sierra pelada que cae hasta el mar. La primera parada en un pequeño resguardo del levante, buscando la soledad donde no encontrásemos presencia humana, algunos ni parar querían de ganas de mar. Tras una media hora continuamos paleando delante de una horrible fábrica de gas en Villaricos y en las playas de Puerto Rey tomamos nuestra primera comida. Yo pasé la noche anterior en la cocina, llevaba dos tortillas de patata con cebolla y un kilo de pechugas rebozadas para no liarme demasiado al principio. Como siempre pequé de cargar demasiada comida. El viento fuerte apretó alrededor del mediodía hasta las cinco de la tarde, y los que no llevábamos timón, Robert y yo, teníamos que avanzar cruzándonos aunque eso no nos retrasaba del grupo. Frente a Garrucha encontramos una pareja de peces luna de unos veinte kilos, uno de ellos tropezaba tontamente contra mi kayak sin reconocer el peligro, su ojo grande miraba sorprendido. No me pude resistir a acariciarlo, y no se marchaba, le cogí de la aleta y entonces si que se asustó y desapareció.
La distancia desde Garrucha al final de Mojácar es larga, de unos diez kilómetros de costa habitada, y decidimos pernoctar en la playa frente al Hotel Continental donde nos pudimos dar una ducha en la playa, unas cervecitas en la arena, cena en restaurante, montar las tiendas de noche y tomarnos unos chupitos en la terraza del hotel, cómodamente sobre unas hamacas y gracias al amable personal de este Hotel, altamente recomendable.
El mar siempre bajaba al atardecer y Alejandro temía la salida húmeda, él lleva un timón de pista que le impide arrastrar el barco como el resto, debe embarcar mojándose y tiene muchas posibilidades de que la ola orillera le lave el cuerpo de buena mañana, que no siempre apetece. Por suerte no estaba fuerte, y el viernes a las nueve ya estábamos paleando sobre una ola alta y noble de fondo y poco viento, en contra de la predicción. Navegamos los kilómetros restantes hasta la Torre del Pirulico que marca el fin de la costa de Mojácar, emplazada sobre un acantilado en una punta tras la que yo pensé que bajaría el viento. Todo lo contrario, empezó a soplar fuerte y las rodillas se empezaron a clavar en los costados, alguna ola empezaba a romper sobre los barcos y un grupo de tres se retrasó.
Uno de los nuestros en el primer grupo tenía imperiosamente que bajar a la orilla, y tras unos kilómetros y doblar otro cabo nos encaramos a la playa del Algarrobico. Es impresionante como se avanza al colocar el barco a favor de ola grande de fondo, en un momento estábamos en una playa ligeramente protegida del oleaje por unos peñascos entre los que se alcanzaba tierra. Allí tomamos un bocado esperando al grupo restante quince minutos, veinte, treinta, y nos empezamos a preocupar. Los teléfonos no contestaban y cuando a la hora larga decidimos regresar en su busca nos llamaron, ¡estaban en Carboneras¡ Hay que decir que desde las once a las doce el viento apretó hasta los treinta kilómetros por hora, la arena nos castigaba la piel y a ellos los llevó volando sobre las olas.
De camino a Carboneras otro de los nuestro se puso malo, vomitaba angustiado mientras intentábamos no volcar. Paleamos despacio hasta encontrarnos frente a la isla de Carboneras y a su resguardo frente a la playa nos reagrupamos. El puerto de Carboneras comienza a partir del pueblo, tiene un rompeolas larguísimo que había que superar para encontrar la bocana, nuestros compañeros estaban a 500 metros detrás del espigón, pero tendríamos que recorrer unos 1.500 entre las olas de mar de fondo más grandes, repetidas, cruzadas y jodidas sobre las que he navegado.
Robert y Fer decidieron salir directamente a la orilla casi tranquila y allí esperar a que el segundo se recuperase. Los otros tres doblamos el espigón y entramos en el puerto, por fin a refugio y al fondo una pequeña playa de guijarros, entre un carbonero de 300 metros y un carguero de mármol en polvo danés.
Este es un puerto comercial privado, y recibimos la visita de la Benemérita, del encargado y otra vez de los civiles, tuvimos que decir que se trataba de un caso de emergencia para poder quedarnos allí a esperar al resto del grupo, y visto el estado de la mar a las dos de la tarde era totalmente creíble.
La playa de guijarros tenía sorpresa, los pies descalzos inmediatamente se tornaron en negros, todo, absolutamente todo estaba recubierto de hollín que manchaba al mínimo contacto. Sobre la lona sacamos las fiambreras y marchamos al encuentro de los dos compañeros que habían entrado a otro puerto inmediatamente posterior al que nos encontrábamos. En su busca hubimos de ponernos de nuevo a favor de ola para entrar a este sitio, y una de las olas exageradas me puso mirando hacia abajo, noté el kayak casi vertical y supe que esa era la ola que me iba a revolcar, le apreté a la pala por la izquierda y el destino me sacó de allí, si hubiera volcado no había manera de reembarcar, simplemente dejarte llevar por la corriente hasta un sitio mas tranquilo.
Allí tuvimos una reunión para decidir que hacíamos, teníamos que pasar la Playa y Punta de los Muertos, que en mi opinión puede sustituirse por “todos sus” en lugar de “los”. Esta zona tiene la plataforma continental muy próxima a la costa, lo que provoca que la mar de fondo que viene de lejos tropiece con la barrera a pocos cientos de metros de la orilla y se levantan olas de campeonato acompañadas de viento fuerza cuatro.
Esto lo veo desde mi punto de vista, seguramente era el que menos forma tenía del grupo y me daba la impresión de que mis compañeros no estaban tan intranquilos como yo, luego por la noche descubrí que no, todos confesaron que pasaron un rato difícil.
Agrupados acometimos el trayecto hasta la Punta de Los Muertos y cabos siguientes, con los dientes y el culo apretados. Alejandro se situó a mi derecha y me aportó una tranquilidad enorme, algunas de esas olas tenían la ocurrencia de romper en medio del mar, algunas justo encima de ti pasándote el agua por encima de la cabeza. Dos paladas y un apoyo, todos del primero al último. En esta ocasión tendría que haber llevado una pala europea de hoja grande, necesitaba apoyar paleando para no retrasar al grupo, cuanto más despacio avanzaras, peor. Cada cual con sus sustos correspondientes superamos el tramo dichoso y entramos en la bahía de Agua Amarga, las olas bajaron y el viento también, pusimos proa a la Cala de En medio a dos kilómetros del pueblo. Desembarcamos a las seis de la tarde, algunos por las bravas, y nos encontramos en un paraje precioso, una larga playa de arena flanqueada por moles de arenisca con sombrero, enormes pedruscos redondeados y una amplia vista tierra adentro, desértica y amable.
Esa noche ya de cocinillas cada cual se preparó su menú que acabamos compartiendo, anécdotas, risas, chupitos. Tengo que destacar que pensé comprar un aislante auto inflable para llevar dos, y al final decidí comprar un colchón inflable con su almohada del Decathlon, barato y de cuyo resultado ha dependido que no me haya desplomado durante la ruta del cansancio. Se infla a pie con una bomba de fuelle que no ocupa mucho plegada, la llevó Amadeo para todos, y dormir bien no tiene precio, gran acierto.
A la mañana siguiente me volví a levantar el primero, ese café de hornillo, esa evacuación trascendental, que paz y que alegría. El viento se levantó con el resto y una vez que llegamos a la punta que descubre la Cala de San Pedro y San José al fondo no tuvimos mas remedio que hacer un largo a favor de mar, costear significaba remontar después contra el viento un largo recorrido, y de los colegas de Almería ni rastro, nos cruzamos pero no nos vimos, con las olas a poca distancia perdías de vista al compañero.
Al doblar la Punta de la Polacra tuvimos el mar de popa y nos olvidamos de parar, navegamos con el viento y la ola a la espalda, lanzados hasta la Isleta del Moro a cuyo resguardo llegamos a la una del mediodía. Siendo sábado en medio de puente festivo estaba a rebosar de gente, los restaurantes llenos y todo petado. Nos comimos unas tapas y frituras y luego a la orilla a sestear. Guti y yo nos tomamos unos cafés en un bar alejado del centro y nos topamos con José Ginés, experto kayakista y pescador cartagenero, el cual nos desanimó de desembarcar en cualquier playa del Cabo con ese viento, lo que nos faltaba, faltos de fuerza y con un conocido que se prestaba a “rescatarnos”. Nos armamos de valor y rehusamos su tentadora oferta, yo quería reunirme con los niños de Almería, pero el resto del grupo, lógicamente, preferían pernoctar en las hermosas calas por la zona del Monsul y Genoveses.
El viento bajó por la tarde y realizamos un largo muy placidamente, avistamos San José y al final nos decidimos –a la fuerza- por vuelcos a Cala Larga. Antes de esto Pedro Luís tuvo un problema respiratorio agudo causado por una obstrucción de la glotis por sus propios testículos, vamos, que se le subieron a la garganta. Confiado el hombre se acercó demasiado al acantilado y una ola grande lo dejó en un bajo oculto que le destrozó el timón y a punto estuvo de hacerlo con él, ojo con las confianzas.
Cala Larga es una serie de calas comunicadas a cual más bonita, grande, espectacular. Puedes ver los basaltos como infinitos bloques de hielo o tizas escolares, largos y cuadrados en exagerados conjuntos caprichosos como recién sacados de un horno magmático. La vegetación abunda, nos instalamos en unos abrigos naturales como cuevas y allí pasó la última noche, la mas breve de todas en las que parece mentira que casi todo haya pasado ya. El estado del mar ha obligado a estar muy pendiente de la navegación, haciendo las horas cortas y los paisajes costeros secundarios, también lo numeroso del grupo ha dispersado mas las horas ampliando la comunicación , estrechando lazos.
La mala suerte del amanecer del domingo era para mí, elegí el mejor sitio para dormir y lo pagué al agacharme bajo la cúpula de basalto para desclavar una clavija trasera de la tienda, con tal ímpetu que estrellé mi cabeza contra el basalto, apreté los ojos por el dolor y entonces la sangre me espabiló. Alejandro y Fer me practicaron una cura de urgencia, la brecha según ellos necesitaba cuatro puntos y gracias a su saber hacer barbero y socorrista al rato ni me acordaba.
Por fin el mar nos regaló un día tranquilo que nos permitió palear indolentemente y meternos en cada agujero, cueva y paso hasta doblar El Dedo, Las Sirenas y el Faro de Cabo de Gata. La última parada en La Fabriquilla donde apareció de nuevo el viento ahora de nuevo de popa que nos llevó al punto de salida en el pueblo de Cabo de Gata, al final pudimos saludar a Pepín y Maria Jose que acudieron a finalizar nuestro particular juego del ratón y el gato.
Comida final con los conductores, despedidas y 250 kilómetros para casita, se acabó.