Existen momentos para soñar, aprender y dónde nacen proyectos. Par, por y para todos esos momentos, aquí van un relato en dos partes. ¡Disfrutarlos!
Travesía del fin del mundo.
De Ushuaia al Cabo de Hornos en kayak
Primera partePablo Basombrío - Experto Aventurarse
Y si llega el fin del siglo, ¿por qué no ir al fin del mundo...?
Esta fue quizás la idea que hace ya mucho tiempo dio origen a esta travesía y que con el correr del tiempo fue creciendo, aunando energías y sumando entusiastas que también se enamoraron del proyecto.
Todos los deportes tienen hitos, que si bien lejanos, se quieren alcanzar: para un atleta son los Juegos Olímpicos y para un montañista los Himalayas. Desde que empezamos a remar fuimos superando límites hasta que la idea de ir al Cabo de Hornos se convirtió casi en una obsesión. El "Cabo" empezó a ejercer sobre nosotros un atractivo especial, no sólo por la dificultad deportiva que supone alcanzarlo, sino también por su ubicación geográfica extrema que lo sitúa en una de las últimas regiones vírgenes del planeta. Y de esto se trata al fin de cuentas nuestro desafío: deporte, aventura, naturaleza.
La planificación constituye uno de los pilares del éxito para una travesía de estas características. El kayakista de mar siempre debe considerar varios principios a los que hemos dedicado muchas horas de estudio: corrientes y mareas, clima, playas de desembarco, rutas de escape, entrenamiento y finalmente la logística. Sobre estos principios trazamos la derrota o ruta de navegación, con el cuidado de programar jornadas parejas en cantidad de horas de remo. Estimamos un promedio de seis horas diarias, ateniéndonos siempre a las rutas de escape y a las condiciones climáticas para priorizar la seguridad del equipo.
La partida no podía ser desde otro lado que desde Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, "bahía que penetra hacia el poniente" según la lengua yamana. En total recorrimos casi 500 kilómetros en unos 25 días. La dificultad no estaba dada solamente por la distancia, ni por lo prolongado de la expedición, sino también por las condiciones climáticas. Esta antigua región volcánica, creada por los efectos de las glaciaciones, se encuentra seriamente influida por la cercanía del continente antártico. Esta proximidad se hace sentir con masas de aire muy frías: en abril, fecha elegida para nuestra expedición, la temperatura media es de 5 grados, y llega a los 6 grados bajo cero. La violencia del viento alcanza fácilmente los cien kilómetros de velocidad en contados minutos, y las olas se levantan hasta llegar a los ocho o diez metros.
Al contrario de lo que sucede en otras partes del globo, la predicción meteorológica se hace casi imposible pues los fenómenos no responden a pautas claras. Estas condiciones nos obligaron a remar solos en algunas ocasiones, cuando las comunicaciones se redujeron a cero. Cada miembro de la expedición dependió entonces de sí mismo, y se enfrentó a su propia soledad, pensamientos y miedos. El Cabo de Hornos constituyó un desafío frente a nosotros mismos, que nos ayudó a superar nuestros propios límites.
El equipo
Formar el equipo para la travesía fue difícil, ya que si bien hay muchos y buenos kayakistas, no cualquiera está preparado para afrontar situaciones extremas prolongadas. Busqué deportistas que compartieran mis objetivos y que tuvieran compatibilidad de caracteres, buen entrenamiento físico y técnico, pero sobre todo un fuerte sentido de trabajo en equipo. Cada uno de nosotros sabía -y sabe- que puede contar con el otro. De hecho elegimos como lema para la expedición una vieja canción siberiana: Si nos ocurre alguna tragedia sólo pensaré en mi amigo. Le daré mi alma, mi mano y mi corazón.
Pablo Basombrío
Team leader de la travesía, 37 años, soltero, comparte su actividad en Basombrío & Asoc. Seguros con la enseñanza del kayakismo, la planificación y ejecución de travesías y guía de deportes de aventura. Empezó a remar en 1983 junto a su padre, el hoy famoso "abuelo" que a los 70 años sigue recorriendo en kayak cuanto curso de agua existe en el país. Junto a Ricardo Kruseuszky y Marcos Oliva Day participó de la primer expedición al Canal Beagle. Desde hace cuatro años dirige Chuanisin Kayak y Aventuras, escuela destinada a la enseñanza del kayakismo. Instructor en la Licenciatura en Deportes de la UFLO, realizó numerosas travesías en nuestro país.
Martín Grondona
38 años, casado, un hijo, titular del Centro Deportivo Tía Laly, escuela de natación, kayakismo y gimnasio. Se especializa en la enseñanza deportiva como instructor de kayak. Martín aportó al equipo un gran dominio técnico del kayakismo, aprendido de la mano de grandes instructores como Ivano Di Grassi (Suiza), Ken Kastorf y Cris Spelius (USA). Experto en descenso de aguas blancas, navegó por ríos de montaña de Chile, Argentina, Estados Unidos y Ecuador, como el Atuel, Mendoza, Futaleufú, Cañón de Cacheuta, Manso, Aluminé, Trancura, Fuy, Palguín, Licura, Blanco y Nantahala.
Emilio Caira
35 años, casado, un hijo, profesor nacional de Educación Física, socio del Instituto LEMM escuela de natación que cuenta con más de 400 socios. Entrenó al equipo nacional de volley femenino y practica el kayakismo desde hace 10 años. En esta travesía, estuvo a cargo de la preparación física del equipo. Amante de los "fierros", fue pre seleccionado para el Camell Trophy Patagonia 1998. Como dedicado kayakista de travesías recorrió los ríos Uruguay, Paraná, el Delta del Tigre, Río de la Plata, la Costa Atlántica y participó de la primera edición de la travesía 100 kilómetros non stop Nueva Palmira - Tigre, entre otras.
Entrenamiento
Durante los dos años previos a la expedición pasamos muchas horas sentados en nuestros kayaks. Tantas, que casi podríamos afirmar que forman parte de nuestro cuerpo. Quizás este haya sido el objetivo. Las prácticas se desarrollaron sobre cuatro aspectos:
1.
Resistencia: trabajos de largo aliento con salidas de entre 40 y 100 kilómetros de recorrido.
2.
Técnica: trabajo en piletas climatizadas donde practicamos una y mil veces el eskimo roll (maniobra de autorrescate), trabajo en las rompientes del mar y técnicas de aguas blancas en los ríos de Mendoza.
3.
Endurance: este fue el aspecto más difícil de entrenar y se refiere al fortalecimiento psíquico-físico para enfrentar situaciones extremas prolongadas. Tratamos de recrear situaciones "virtuales" de mar adentro.
4.
Técnicas de rescate: más allá de que cada uno tiene que tener autonomía, tratando de no ser el eslabón más débil de la cadena, trabajamos en equipo para lograr una buena coordinación en la navegación y rápidas maniobras de rescate.
Antecedentes
Mientras plasmábamos la ruta de navegación sobre la carta náutica muchos nombres pasaron por nuestras cabezas: conquistadores y piratas como Magallanes y Drake; exploradores y científicos como Fitz Roy y Darwin; aborígenes tristemente famosos como Jemmy Button y Fuegia Basket; misioneros y románticos patriotas como Allen Gardiner, Mons. Fagnano, Lasserre y Piedra Buena; y por último ambiciosos buscadores de oro como Julio Popper. Todos ellos, de algún modo, nos habían precedido en nuestra aventura.
Sin embargo, apenas superan la docena la cantidad de kayakistas que nos precedieron en nuestra travesía al Cabo de Hornos. El mérito deportivo seguramente lo tenga aquélla legendaria expedición inglesa que, integrada por Nigel Matthews, Colin Mortlock, Frank Goodman y Barry Smith, dejó Puerto Williams la Navidad de 1978 para internarse en los canales fueguinos por primera vez, navegando en frágiles kayaks. En aquella ocasión se usaron los Nord Kappk, kayaks diseñados exclusivamente por Goodman para otra expedición anterior. A la dificultad natural de la travesía, estos pioneros tuvieron que sumar lo desconocido de la zona y la lejanía de sus hogares. Para ellos, el Mar del Norte resultó un buen teatro de entrenamiento.
Abierto ya el camino, los kayakistas argentinos no se hicieron esperar. En 1986 Ricardo Kruseuszky lideró la primera expedición argentina, a cargo de un heterogéneo equipo de varias provincias, Rolfi di Leo, Tinco Peralta y Luis Mack, con el agregado del último momento de un kayakista sueco Adrián de Domine. Marquitos Oliva Day, uno de los kayakistas argentinos con más trayectoria, organizó un equipo puramente patagónico junto a Atilio Mosca y Víctor Hugo Temporelli, que en 1989 zarpó de Puerto Almanza para regresar 19 días más tarde, luego de haber circunnavegado la Isla de Hornos. Sus historias de ballenas y petreles están muy frescas en nuestra memoria.
Logística
Dos años de trabajo y U$D 25.000.- de presupuesto dan una idea acabada de lo complejo que resulta planificar una expedición de esta envergadura. Todo debe estar pensado hasta su mínimo detalle, desde la comida que cargamos en los kayaks hasta la documentación.
Para mantener nuestra temperatura corporal, usamos ropa interior de tipo capilene. Cubre cockpit de neoprene, trajes secos de gore-tex, mitones, botitas y gorros también de neoprene fueron los encargados de mantenernos secos y aislados del frío.
Específicamente para la navegación utilizamos kayaks Sea Lions de Perception, de 5,50 metros de eslora por 0,60 metros de manga, de probada estabilidad y gran capacidad de carga en dos compartimentos estancos ubicados en proa y popa y timón. Los elementos de navegación y seguridad comprendieron GPS (navegador satelital), radios VHF, pínula, cartas y rutas de navegación, bengalas exigidas por las autoridades marítimas chilenas (blancas, rojas y fumígenas), luces estroboscópicas, botiquín y elementos de reparación, junto a un teléfono satelital. Dos remos de travesía de carbono, de 230 centímetros (uno de repuesto), la carpa de alta montaña para tres, bolsas de vivac, dos calentadores con sus garrafas y chalecos salvavidas completaban el equipo, junto con las cámaras de fotografía y video y un imprescindible kit de reparación de kayaks.
Los alimentos se prepararon en raciones selladas para tres personas cada una, abundantes y variadas para no aburrirnos. Se basaban en pastas y arroz deshidratados, sopas, caldos, quesos, salchichas, atún, café, té, leche en polvo, glucolín, cereales, miel, dulces, galletitas dulces y saladas, gelatinas, chocolates, jugos y frutas secas. A todo esto se agregaron los suplementos vitamínicos.
Dado que la navegación se desarrolló casi completamente sobre aguas chilenas, fue imprescindible el pertinente permiso de la Marina chilena, que tramitamos en el consulado de Buenos Aires. También debimos portar un permiso de la Prefectura Naval Argentina, un certificado de aptitud físico-psíquica y nuestros documentos de identidad.
Donde el Pacífico y el Atlántico se juntan
Finalmente llegó el gran momento. La aventura comenzó en el Parque Nacional Tierra del Fuego, el marco perfecto para nuestra partida. Después de 48 horas de trámites en Ushuaia, equipamos los kayaks en Bahía Ensenada, en medio de algunos curiosos que miraban incrédulos nuestras pequeñas embarcaciones y el mar inmenso que se abría a nuestras espaldas. Nos lanzamos al agua casi con alivio, y sentimos que un peso grande se quedaba en la costa.
Los primeros días nos dedicamos a "calentar brazos" y a calibrar las embarcaciones reacomodando una y otra vez el estibaje. Mientras navegábamos por el Canal de Beagle, el clima ya dejaba entrever lo que sería nuestra expedición: sol, viento, calma, lluvia, nieve, más viento... luces y sombras necesarias para una aventura.
Saliendo de San Juan y mientras admirábamos la belleza de una nube que parecía casi "pintada", el primer temporal se abatió sobre nosotros. Sólo remando con gran esfuerzo pudimos alcanzar la costa. Agotados, en ese momento pensamos que nuestra meta se había alejado un poco, que no se dejaría alcanzar tan fácilmente.
Cruzamos el Canal de Beagle y entramos en aguas chilenas, bien temprano para evitar los vientos más fuertes, que se levantan con el sol. Luego de solicitar permiso vía radio desembarcamos en el Club Náutico Micalvi y nos dirigimos a la Capitanía de Puerto Williams, una base naval con casi dos mil efectivos y un número reducido de civiles que constituye la parada obligatoria para todas las embarcaciones que se dirigen hacia el sur.
Greg, Eva y el "Noomi"
Lo que pensamos sería un mero trámite se convirtió en un calvario. Nuestros permisos, solicitados con casi un año de antelación, no aparecían, y el personal que nos atendía mostraba el mayor desinterés por resolver nuestro problema. Por momentos parecía que nuestra expedición había llegado a su fin. Nos desanimamos mucho. Volvíamos a la carga una y otra vez y la respuesta siempre era la misma: "Sin novedad". Cuando ya habíamos sorteado todos los obstáculos, una última condición nos fue impuesta: sin un barco de apoyo para la zona de Nassau no podríamos zarpar. Creímos que era el fin de nuestra aventura.
De pronto, Martín levantó la cabeza y vio aparecer a Greg y Eva, dos simpáticos suecos que desde hace veinte años surcan los mares de nuestro planeta al mando del yate "Noomi" navegan hace veinte años surcando los mares de nuestro planeta. Llegaban a la base de Puerto Williams a solicitar permiso para recorrer los fiordos chilenos. Eran "amigos de amigos" y esto era suficiente para nosotros. Les contamos nuestra situación y les propusimos ser nuestra "escolta" en el mar. Después de meditarlo accedieron de buena gana a nuestra solicitud y llegamos a un acuerdo de caballeros. El problema estaba resuelto. Corrimos a la Capitanía y con mucha excitación logramos el ansiado permiso: nos había llevado casi dos días pero ya estábamos listos para salir.
Navegamos con rumbo este, y si bien el día era frío y ventoso nos sentíamos felices de estar nuevamente en el agua. Pasamos Punta Eugenia y alcanzamos Puerto Toro, último lugar con población estable de nuestro recorrido.
Al sur del sur
Puerto Toro ostenta el raro privilegio de ser el poblado más austral del mundo. Sus pocas casas se encuentran esparcidas sobre una caleta profunda y bien protegida de la costa este de la isla Navarino. Sus habitantes casi se cuentan con los dedos de la mano: algunos pescadores, un carabinero y su mujer, un suboficial de la marina, y un maestro que tiene que arreglárselas para enseñar a unos cuantos niños que asisten simultáneamente a distintos grados.
Allí conocimos a Carlos, un pescador de edad incierta que a juzgar por su historia podría haber tenido más de un siglo de vida: había sido buzo profesional, pescador, boxeador, militante de la juventud socialista en los albores del pinochetismo, traficante y, sobre todo, un especialista en meterse en problemas con las autoridades locales y un gran contador de cuentos. Carlos había llegado a Toro hacía dos años "huyendo de las aglomeraciones" y su sueño era poder viajar a Japón en el 2002 para asistir al mundial de fútbol. Haciendo gala de una gran amabilidad, nos invitó a dormir a su casa. "¿Por qué van a dormir en una carpa si yo tengo varias habitaciones vacías?" argumentó con lógica irrefutable.
Su casa era en realidad una casa tomada donde se mezclaban restos de comida, platos sucios, pescado fresco y cigarrillos, todo iluminado por la única lamparita existente. Después de una hora y cuando el horno había logrado calefaccionar el comedor, nos sentamos a la precaria mesa para deleitarnos con el más delicioso y abundante plato de centollas frescas jamás imaginado; mientras tanto, nuestro anfitrión comenzó a rescatar de su memoria mil historias fabulosas que sólo terminaron bien entrada la madrugada, cuando nos desplomamos vencidos por el sueño.
Nos alejamos de Puerto Toro y seguimos navegando. El frío y el viento ya eran compañeros inseparables y con el correr de los días se hacía cada vez más difícil levantarse y salir de la carpa. También se fueron imponiendo ciertos ritos, como repetir cada mañana para darnos ánimos y a modo de muletilla "hoy empieza la travesía" y, a modo de agradecimiento, besar tierra al desembarcar en cada nueva isla. Mientras navegábamos pasábamos las horas contando historias para evitar el tedio, pero la consigna era "empezá desde tu abuelo", o "contá desde que ibas a primer grado". Así el tiempo pasaba y casi sin darnos cuenta nos íbamos conociendo cada vez más; al final, parecía que nos hubiéramos conocido desde siempre, y una amistad más fuerte nació entre nosotros.
Compañeros de las ballenas
Cuando llegamos a Punta Guanaco encontramos nuestro primer gran escollo a nivel técnico: ¡35 kilómetros de mar abierto! Del otro lado se podían divisar las cumbres de la isla Wollaston, bien custodiadas e casi inaccesibles.
Nos levantamos muy nerviosos y preparamos cada detalle: elementos de seguridad, cartas de navegación, lugar de desembarco, navegador satelital, alternativas claras y radios encendidas... El Noomi ya estaba en zona y después de consultar las previsiones meteorológicas saltamos sobre nuestros botes aprovechando el viento este que da cierta estabilidad al clima. Contra lo que habíamos pensado, las dificultades fueron psicológica y no técnicas. Las condiciones del tiempo se mantuvieron estables pero el mar de fondo hizo que algunos de nosotros nos mareáramos; además, la costa parecía cada vez más lejana: una, dos, cuatro horas de remo y teníamos la sensación de no haber avanzado ni un metro. Sólo un grupo de toninas que pasaron veloces entre nuestros kayaks logró distraernos un poco. Por lo demás, la monotonía era mortal: agua, agua y más agua que hacía perder la noción de tiempo y distancia. Pero después de todo, ¿a quién le importaba el día y la hora? Llegamos a Caleta Middle. Al partir a la mañana siguiente, los suboficiales de la marina chilena prometieron unos "pisquitos" (clásica bebida alcohólica chilena) para la vuelta.
El 10 de abril, llegando a Bahía Scourfield, Martín divisó unos chorros de agua cerca de la costa; Emilio y yo gritamos ¡"ballenas"! Finalmente se hacían ver. Las habíamos estado buscando durante toda la travesía, pero sin éxito. Tratamos de acercarnos para tomar algunas fotos, pero estaban poco interesadas en ser tapa de revista; escapaban bajo el agua para reaparecer muy lejos. El juego duró una media hora, hasta que las perdimos definitivamente.
Continuamos remando bajo una lluvia intensa para llegar hasta la Isla Herschel. Ya podíamos divisar el Cabo de Hornos, unos kilómetros al suroeste. Las condiciones parecían estables y estuvimos tentados de salir a cruzar el canal que nos separaba de nuestro objetivo: teníamos miedo que al día siguiente las condiciones cambiaran y el Cabo se nos escapara. Pero como la noche ya caía amenazante sobre el frío mar decidimos parar en la Caleta Dublé.
Recién el 11 de abril al mediodía sentimos que el viento calmaba. Luego de solicitar las previsiones meteorológicas para confirmar nuestras sospechas, nos embarcamos decididos rumbo a Hornos, con la cabeza envuelta en mil pensamientos y la adrenalina corriendo por nuestros cuerpos. Estábamos a pocos kilómetros del objetivo que habíamos buscado durante meses. El "Noomi" ya estaba en zona... Navegamos, más que nunca, impulsados por la fuerza de nuestro deseo.
Continuará...
(Obtenido del link
http://www.aventurarse.com/red/relatos/basombrio1.html )