El otoño comenzó oficialmente hace tiempo, pero en Murcia el cambio horario es el anuncio “natural” de esta estación. Te levantas el domingo a la hora acostumbrada, con el regalo de haberlo hecho una hora antes, y te vas al río a saludar la caída de las hojas.
El caudal es el típico de los meses de descanso agrícola, lento y escaso, y el color del agua es verde claro, espeso. Podemos ver las plantas de río mecidas como cabellos por la corriente, largas melenas vegetales ondulando incansables, y a su costado e imitando el movimiento, los jefes del río, los barbos de barriga blanca y años de experiencia, esperando el bocado mimetizándose en color y movimiento con las largas y espesas algas.
Ya no se asolean las tortugas, alguna queda a cubierto en una orilla, sumergida y exprimiendo el verano casi agotado. Las palomas torcaces se han guarecido aquí este otoño, a salvo de las escopetas habituales, con algún cormorán despistado y las garzas habituales. Un pequeño pollo de somormujo, tardío y con escaso futuro, practica las inmersiones de emergencia al paso de mi barca.
El viento racheado arranca las primeras hojas de los álamos, cuyo color pasa de verde a tostado, el amarillo apenas aparece. Sumerjo las manos bajo la corriente, la temperatura todavía es agradable y sigo paleando hacia arriba, me siento bien. Al término del cañón compruebo que ningún galápago me espera entre las piedras de las orillas, sólo el martín escapa azuleando el aire como un cohete río arriba.
El término del trayecto de subida en el embarcadero me sorprende con fuerza, y la escasa corriente me anima a continuar. Los campos de cultivo que bordean el río han pasado en los últimos años de ser explotados bajo el sistema tradicional al intensivo de monocultivo automatizado. Esto se refleja en que casi nunca hay nadie en la tierra, ya no se tiran deshechos naturales al río, nadie labra senderos y escalones que bajen al agua, estrechos y casi siempre en túneles bajo bóvedas de cañas.
Llega un momento en que no puedo usar la pala , las cañas entorpecen el avance del kayak, y la corriente es fuerte, la adrenalina fluye y el cansancio desaparece, concentrado en remontar y no volcar, los borbotones y corrientes inesperadas empujan la proa con violencia, hay que estar muy atento para no permitir que el río te lleve.
Después el río se abre y la superficie del agua está limpia de nuevo, llego hasta un solitario sauce, un gigante harto de beber en la misma orilla, quizás sus ramas se conviertan en las costillas de un proyecto nuevo, un reto agradable. Al dejarlo atrás mi respiración me avisa de que es el momento de dar la vuelta y asomo la proa a la corriente, que bruscamente me gira y comienzo el retorno, he remontado casi seis kilómetros, la mitad de ellos contra una fuerte corriente.
Es más peligroso descender a través de la maraña de cañas que remontar, pero la pala tradicional ayuda, es una herramienta con muchos usos y nunca se engancha en el follaje ni en las algas sumergidas e invisibles al palear. Estos tres últimos kilómetros que he subido constituyen un tramo ignoto, las orillas son practicamente inaccesibles por el tremendo obstáculo que supone una muralla de varios metros de cañas entrelazadas.
Y el resultado de este aislamiento es, en una curva a la derecha y dejado llevar por la corriente, una súbita aparición, una cabecita peluda a dos metros de mi barco, unos ojos grandes y un lomo peludo. El tamaño del lomo me pone el pecho a cien, es demasiado largo para ser una rata y clavo la pala a la derecha, el cuerpo vencido sobre el agua gira la proa buscando la orilla. Alcanzo a ver como sale del agua a un banco de arena color arcilla, el lomo arqueado. La pierdo de vista durante unos segundos que tardo en remontar los escasos metros que de nuevo me permiten verla, ahora sobre un lustroso lecho de hierba fresca, revolcándose y atusándose el pelaje, vuelve hacia la orilla y me ve, parado frente a ella.
La nutria tiene unos ojos grandes, salientes y juguetones. No se asusta, me observa curiosa durante unos segundos en los que el oro no tiene valor a su lado, baja despacio a la arena, olisquea el agua, mete la cabeza dentro y aguanta un par de segundos, tras los que se sumerge en dirección opuesta a donde me encuentro.
Ha sido un encuentro casual, fortuito, un regalo que el otoño me tenía reservado, me ha tocado con la varita mágica de los elegidos. Las nutrias existen, viven en el río Segura y no son un invento de los ecologistas, como se empeña en afirmar un grupo muy determinado de población, para el que Marina de COPE, el mayor proyecto hotelero en Europa no significa la destrucción del único paraje natural de la costa murciana, sino un gran avance, ¿hacia dónde, me pregunto yo?
Pero no me preguntaba esto cuando desapareció la nutria, en realidad la euforia del momento me sobrepasaba, y todo a mi paso se me figuraba excepcional, natural, inmenso. Durante el trayecto de vuelta, la corriente a favor me dejó contemplar los pequeños detalles que el esfuerzo de remontar no me permitió percibir, los barbos indolentes disfrutando del sol, el martín pescador, huidizo y misterioso.
En la salida me gusta acercarme silenciosa pero rápidamente a la orilla, dónde cruzo el kayak contra un arco que forma el río, encerrando allí a un grupo de barbos habituales, los capos del río, los más gordos y viejos que ocupan esta zona privilegiada de poco fondo y que recibe los primeros rayos de sol. Saltan con violencia y bajo el barco desaparecen, me gusta este último y bromista momento.
Cargo el barco y de vuelta a casa disfruto escuchando un nuevo himno a la libertad y el mar que he descubierto recientemente, interpretado por Josele Santiago y Clara Montes, me toca la fibra, aquí os lo copio.
EN UNA BARCA
En una barca lleva una perla blanca
y dicen las olas que es perla sin rey
que el corazón le arranca.
Soy almirante, en una barca errante
y a golpe de remo me nombro yo Rey,
yo seré un rey emigrante
Y allá cada cual con su ley que yo soy Rey por un día
Y allá cada cual con su ley que yo me debo a la mía
Y ahora soy un Monarca, mi reino está en mi barca
navega una Perla Blanca y su Rey
por el azul de los mares
El mismo azul de mis penas, el mismo que hay en mis venas
el mismo azul de mi techo,
el mismo azul de mi lecho
En una barca lleva una Perla Blanca al Edén.
Y allá cada cual con su ley que yo soy Rey por un día
Y allá cada cual con su ley que yo me debo a la mía
Desde el norte hasta el sur, de Oriente hasta Poniente
traslado mi Villa y Corte a la vez
bajo el temblor de los vientos
Claros los sentimientos que envuelven mi corona
bahía de otra persona que es
mi mascarón de proa.
El espíritu de mi tiempo, remanso en la tormenta
el único sol que calienta,
el único que cuenta.
En una barca lleva una perla blanca al Edén