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Santa Kilda se halla a 20 millas náuticas de North Uist. El tiempo es tan regularmente violento e impredecible que lograr cruzarlas en kayak se considera con razón, una hazaña. Más aún, dado que al llegar con frecuencia resulta imposible desembarcar. La más grande las islas, Hirta, tiene los acantilados más elevados del Reino Unido. Los farallones de Stac Armin (191 metros) y de Stac Lee (165 metros) son los más alto de Gran Bretaña. Nórdicas y celtas como todas las Hébridas, Santa Kilda fue la más aislada de las habitadas, y su abandono puso fin a una historia asombrosa de resistencia, pobreza, respeto presbiteriano al sabbath, y tristes y extrañas costumbres.
Lo de comunidad celta trasladada forzosamente por motivos militares, a Londres, dejando atrás un mundo destruido sin consideración son paparruchas. Imagino que a pesar de calificarlo de testimonio, el libro de Avelino Hernández lograría el premio Miguel Delibes a la mejor obra de ficción filo-gramsciana escrita antes de la creación de Wikipedia, desde Mallorca. Siempre impone detenerse a pensar en los pasmosos efectos de los vapores locales de la cultureta.
Los últimos 36 habitantes de Santa Kilda evacuaron la isla el día 29 de agosto de 1936 a petición propia tras una sucesión de de malas cosechas desde los años 20. Las
investigaciones hechas en el suelo cultivado mostraron señales de contaminación por plomo y otros metales causadas por el uso de restos de aves marinas y ceniza de turba en el estiércol utilizado en los campos: Los habitantes utilizaban a los frailecillos como pan. La muerte de cuatro hombres por la gripe en 1926 y la de una joven mujer, Mary Gillie, en enero de 1930 pudieron ser el motivo inmediato de la evacuación. Gillies murió de apendicitis al no poder ser atendida a tiempo debido al aislamiento de las islas desde Escocia.
La reseña de la obra magna de Avelino debe referirse a la estación de señales que erigió en Hirta la Royal Navy al principio de la I Guerra Mundial. Aunque era diminuta permitó por primera vez comunicaciones diarias en la historia del archipiélago. El día 15 de mayo de 1918 un submarino alemán comenzó, tras emitir un aviso, a bombardear la estación de señales. Tras 72 obuses la estación quedó destruida. Aunque no se perdió ninguna vida, hubo que lamentar la pérdida de una oveja.
Como resultado del ataque, el Almirantazgo erigió en un promontorio sobre Village Bay, un cañón Mark III QF que nunca entró en uso. Uno de los efectos de la pequeña presencia naval fue la introducción de un mínimo contacto regular con el exterior y el lento desarrollo de una economía basada en el dinero. Esto hizo de hecho la vida más fácil para los nativos pero también les alejó de la autarquía absoluta en la que habían vivido durante siglos. Otro hecho escandaloso fue la construcción del pequeño embarcadero en 1901 y las intolerables visitas anuales, hechas cada verano desde 1.877, del crucero SS Dunara Castle, y más adelante, del SS Hebrides.