Acabo de leer lo que el infame ha escrito. Dragut, ya no hemos encontrado, lo sabes. Aquella vez venciste por mor de tus malas artes, y por desconocer el poder real de tus malditas condiciones. Pero no será el tiempo en el que los cañones venzan al valor. Pudiste comprobar cuan cerca me tuviste. Si la oscuridad te cubre, la noche es mi aliada. No soy dado al uso de la pólvora. Mi entrenamiento y mi camino se dirige al arte del acero. Y por ello, conociendo tu verdadero poder, no puedo sino advertir a mis compañeros de tu verdadera condición.
No me preocupa tu maldito barco insignia. Como todo buen maldecido, no es más que un engaño dentro de engaños, planes dentro de planes para poder tomar lo que de verdad ansías: la libertad y las almas de mis compañeros. Más me preocupa el barco de velas negras que navega siempre con el paño hinchado y a contraviento.
Nos conocemos. Vi tus verdaderos ojos de ascua. Vi tus dientes afilados propios de alguien con quien compartes significante, y que te combatió hasta la extenuación; hasta que por fin conseguiste apoderarte de su alma y hacerlo, como tu, siervo de lamaszorra.
Pero hete aquí una tripulación que presta está a derramar su sangre, su valor, su vida y su libertad por combatirte. Y nada importa su género ni la generosidad con la que descubra sus carnes. Lo importante, y lo sabes, es su indómita voluntad. Eso es lo que deseas. Romperla. Apoderarte de ella para poder acumular su fuerza vital con la que alimentar a los señores de tu señora.
Por todo ello, os digo compañeros, que dejémonos de pugnas estériles. Bienvenido sea quien quiera combatir. Siempre al mando del Capitán Pepín Sparrow. Y si algunos tenemos percebes en nuestros atributos, otras tendrán mejores frutos del mar en los suyos. Yo, por mi parte, conozco el valor de la lucha de la mujer. Respeto tanto a maese Dona, como a quien tomas de contramaestra, que arrestos no le faltan. Por ello te animo.
Y si alguien ve en mis ánimos tentaciones que dirijan al fracaso en esta tarea, así le digo: marmitón a tus guisos, y si veo que las fuerzas flaquean de nuestra tripulación, te aviso. Maestro soy en los juegos del envenenamiento, así como en el de la sanación. Y de igual manera, te romperé los huesos a modo. Esperando para que la próxima rotura sea un placer esperado, y que el dolor no deje de inundar tu cuerpo, hasta que confieses quien es tu verdadero señor.
Capitán Pepín, la facultad de convocar las tempestades no tengo, ni tan siquiera la de provocar un sirimiri. Como marino siempre seré un ordenanza, que a vuestras órdenes me pongo para lo que determinéis. Pero mi conocimiento y mi habilidad se centran en dar muerte, y respetar la vida. Es por ello que me ofrezco a vuestra empresa. Si alguna duda tenéis, la lucha sólo continuaré con mi grupo. Y comprenderéis, por el carácter de nuestro enemigo, que en silencio tenga las identidades de mis compañeros. Ahora bien, los primeros seremos en pisar la cubierta enemiga, abriendo paso y asegurando los abordajes, y tampoco somos mancos en los sabotajes. Mis armas son mi poder, nada más ansío que la lucha por la causa justa que nos hemos propuesto. Y si en ella he de empeñar lo que me quede de vida, allí la dejaré, pero nunca permitiré que se me lleve lamaszorra.