"una esmeralda", pensé con sorpresa.
Aunque en el fondo sabía que era un trozo de cristal del culo de alguna botella, fantaseamos con que sería el resto del botín de algún naufragado pirata berberisco, de los que deambulaban antaño por éstas costas, haciendo pillaje y barbaridades con los pescadores y agricultores de la zona, llevándoselos para comerciar con sus enjutos cuerpos y sacarles jugo mientras no hiciera mella en ellos la desesperanza y la añoranza de su hogar. Muchos morían sobreexplotados y mal alimentados, y los que sobrevivían terminaban en algún lejano mercado de esclavos.
Bueno, que me desvío del tema. El caso, es que siguiendo con mis fantasías, nos llevamos aquel tesoro a casa y lo dejé en el cajón de la mesilla junto a la cama.
Durante los días siguientes, me olvidé del tema, pero otro día, por sorpresa, encontré otra "esmeralda". La cogí y la admiré, ya que era más grande que la primera, y además era de color marrón (presumiblemente, Mahou 5 estrellas). También me la llevé, de tal modo que a partir de aquel día, bajaba pensando en encontrar más tesoros en la orilla.
Mi colección fue aumentando imperceptiblemente (una pieza o ninguna cada varios días). Llegó un momento, en que mi Paqui me dijo: "que cosas más raras se te ocurren", "pues sí que es raro", pensé yo, pero en fin, a otros le da por chupar candados o pellizcar bombillas, y seguí con mi "rareza".
Con el tiempo, viendo mi colección, pensaba: "seré un friki?". Lo digo por lo extraño del caso, llegué a pensar en mí como si fuera Charlton Heston en "el planeta de los simios", un ejemplar único en un mundo habitado por otra especie, que aunque hablaba y tenía pautas de comportamiento similares a las mías, no entendían en absoluto mi proceder respecto a la búsqueda y atesoramiento de aquellas gemas, que ya mostraban diversos tonos y tamaños, siempre con formas pulidas por el vaivén de las olas en la orilla. Incluso cuando alguna tenía algún "desperfecto", como algún borde partido o una esquina insuficientemente trabajada por el mar, la devolvía a la rompiente, con la esperanza de reencontrarla al cabo de unos meses. O años.
Yo mismo me inventé escusas ecológicas para justificarme: “los vidrios de la playa son tecno-indicadores de la contaminación de las costas”, el día que no encuentre ninguna gema seré feliz, porque será señal de que la playa está limpia, etc. etc.,
pero la realidad es que me sentía solo en mi afición-obsesión, cada vez que me acercaba a la orilla, mis ojos no disfrutaban de la línea del horizonte, estaban anclados en otra línea, la de marea, o al final de la rompiente, buscando algún brillo o destello delator.
Hasta que un día, por sorpresa, leo en un "National Geographic", edición española, de agosto de 2008: "se celebra la xxª Convención Nacional de la NASGA", junto a una foto que me dejó paralizado: