Ansenuza Antropológica
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13-14 y 15 de octubre de 2006.
En la guerra de Troya, del bando griego sobresalieron dos héroes. El primero fué Aquiles, quien era casi indestructible, extraordinario guerrero y practicamente invencible.
Sin embargo, considero (aunque parezca paradójico), que ésta cualidad puede llegar a tener efectos contraproducentes.
Porque quienes la poseen, se vuelven temerarios al saber que la posibilidad de que ocurra algún contratiempo grave, es ínfima, casi despreciable.
Y en la vida sólo los necios desdeñan el riesgo; los sabios, en cambio, se preparan para enfentarlo.
Además, estamos hablando de la posibilidad probabilística y no de la estadística.
Me explicaré con un ejemplo: Que canten el cero en una tirada de ruleta, tiene una probabilidad de 1/37, es decir bajísima. Pero la posibilidad estadística que salga dicho número luego de 111(3x37)tiradas de bola, es muy alta, cercana al cien por ciento. Lo que significa que si uno repite muchas veces una situación en donde tiene pequeñas chances de que algo ocurra...
terminará ocurriendo.
Eso le sucedió a Aquiles.
Debido a su alta exposición al riesgo, por su participación en tantos combates exitosos, terminó siendo herido en su único punto débil: el Talón.
Fatalidad casi imposible de que ocurriera, pero que a la postre ocurrió y le causó a la muerte.
El otro héroe de esta guerra, que se pierde entre las brumas mitológicas de la leyenda, fué el rey de Ítaca.
Ulises no tenía las carcterísticas peculiares de "cuasi-indestructibilidad" , pero estaba dotado en cambio, de gran inteligencia y astucia.
De él, Homero relata tres sucesos, siendo el primero y el tercero los que han quedado en el recuerdo, a través de milenios.
Sin embargo, creo sinceramente que su mayor logro fué haber conseguido el segundo. Porque sintetiza en sí mismo, el objetivo prioritario de toda persona que participa en actividades de aventura.
1- Propuso la solución que llevó al ejército griego a la victoria: el Caballo de Troya.
2- Llegó con vida a la finalización de la guerra.
3- Regresó a su casa-isla-reino, en un viaje por mar que duró largo tiempo.
La excesiva duración de la travesía, se debió a que Odiseo no navegaba por cualquier sitio, sino a través de uno de los escenarios mas encantadores del planeta: el Mar Egeo. Y la belleza de éstas aguas se debe a su transparencia, a su sol, a los cálidos vientos, pero fundamentalmente a la presencia de sus islas.
Porque las islas le dan personalidad a las aguas que las rodean. La existencia de una isla induce, como primer paso, a averiguar donde está situada. (Ello generó el inicio de la cartografía náutica.) Luego, obliga a conocer el camino para poder llegar a la misma. (Siendo ésto el orígen de la navegación instrumental.) Y posteriormente requiere que se adquiera el dominio de la embarcación, para arriesgar el cruce por aguas abiertas.
Las islas son para los kayakistas de travesía, (como lo fueron para Ulises), una insistente invitación a recalar en ellas.
Buscando islas, es que llegamos a Campo Mare, en la costa sur de la gran laguna salada de Ansenuza, mar interior (cuenca cerrada), ubicado al NE de la provincia de Córdoba.
Arribamos, al caer la oración del 12 OCT, siete cordobeses del autodenominado Peperina Team y dos rosarinos, que se incorporaron a nuestra pequeña flota.
El pronóstico anunciaba un viernes con suave brisa del N, pero un sábado con fuerte viento S.
Esta situación es potencialmente peligrosa en éstas aguas, porque allí se generan olas enormes que tiran hacia mar adentro.
Impidiendo además el retorno a la costa, por ser (en éstas condiciones) la velocidad de avance de un kayak, cercana a cero.
El proyecto original consistía en rumbear hacia el pequeño archipiélago "Hueco de los Locos" (al NE de la isla grande de El Mistolar) y hacer noche allí.
Continuar al día siguiente hacia Salvación, explorarla y regresar (en el mismo día), a los Locos.
El trayecto a realizar entre el Hueco y la desembocadura del río Dulce, requiere de dos jornadas en kayak. Por tal motivo, para efectuar un viaje razonable hacia tan anhelado como dificultoso destino, era indispensable poder recalar en algún sitio, a mitad de camino.
Roberto "Américo Vespucio" Milano, interpretó que cierto punto avistado en las nuevas cartas satelitales, semejaba una ínsula aparecida debido a la bajante de las aguas. La bautizó "Salvación" porque su existencia daba solución a nuestro problema.
Con gran expectativa y entusiasmo, nos pasamos los últimos cinco meses haciendo planes y conjeturas acerca de ella. Era menester entonces, realizar una expedición exploratoria, para confirmar nuestras suposiciones.
Pero en Mar Chiquita el hombre propone y Eólo, dios de los vientos, dispone...
Por tal motivo, cambiamos nuestros planes y zarpamos el viernes a la mañana, proa al Noroeste.
Buscábamos la isla Rolo, ubicada mas allá de un gran asentamiento mixto de cisnes blancos Coscoroba y flamencos rosados. Considerábamos que manteniéndonos mas cerca del continente, minimizaríamos los riesgos del viento Sur, en el caso de presentarse antes de lo anunciado.
Navegar en Ansenuza es lo máximo.
Tiene la onda marina y el clima oceánico, con mas
la avifauna lacustre del humedal.
Y navegar en kayak me copa.
He saltado en paracaídas, he volado planeadores y
parapentes (remolcado), he buceado en apnea, he subido
las sierras cordobesas, hasta llegar a una altura
donde se siente otra presencia.
Cabalgo un pingo de los buenos, en mi pago.
He trepado (y bajado) dunas de arena en
cuatriciclo.
Busco nadar en aguas abiertas los días de tormenta,
cuando estoy en el mar.
He ganado (una sola vez en mi vida), cinco manos
seguidas al "Punto y Banca" (sin retirar la apuesta
máxima), en el casino de Alta Gracia.
Pero remar los botes esquimales me gusta mucho mas.
Quizás debido a que la participación del palista
(sobre todo en single), es absoluta.
Y cuando se consigue hacerlo sin fatiga y sin
fastidio, la integración al medio es total.
Porque al no ser ya prioridad propulsar el navío,
la mente queda liberada y puede distraerse en otros
menesteres.
Y es entonces cuando aparecen los olores, los
sabores (la sal en los labios), los sonidos, la
caricia del viento, el abrigo del sol, el balanceo
asimetricamente constante, la agradable sensación de
deslizarse por un medio que ofrece escasa resistencia,
la belleza indescriptible de las aves, la cálida
compañía de los compañeros y la sensación de la
presencia de Dios.
Que, aunque a veces no tenemos la certeza de su
existencia, en ésos momentos pareciera que sí.
Después de varias horas recalamos en el islote
Cacanova, límite meridional de una inmensa zona donde
habitan aves acuáticas.
El nombre se lo puso Roberto, debido a la cantidad
de excrementos de tamaño similar a los de un perro,
que se encontraban diseminados por todas partes.
Buscando responsables, supusimos que pertenecían a
los simpáticos Coscoroba que por allí abundaban.
Vimos también las ruinas sumergidas de lo que fuera
antes de la inundación, una casa habitación.
Y el chorro vertical de agua dulce (pero no
potable), de un surgente entubado, hoy fuera de
servicio.
Allí almorzamos y continuamos luego nuestro
derrotero, siempre proa al Noroeste.
Atravesando irreverentemente, el idílico país de
los cisnes blancos y los flamencos rosados.
Esta experiencia la he descripto muchas veces, pero
siempre temo no poder transmitir lo que en ese momento
siente el protagonista.
A tal extremo, que cuando involuntariamente
hacíamos volar las aves, maravillados por el
espectáculo que veían nuestros ojos, nos preguntábamos
en silencio:
-¿Tenemos derecho de irrumpir su hábitat privativo
y molestarlos con nuestra presencia fuera de lugar?
Sin atravernos a contestar ésa pregunta, nos
quedaba el consuelo de que lo hacíamos de la manera
menos traumática posible, y que disfrutábamos
absolutamente de semejante magnificencia.
Continuamos remando varias horas, siempre proa al
Noroeste.
Soplaba el viento por la aleta y detecté ciertas
dificultades para escorar y corregir el rumbo de mi
kayak.
Nunca antes mé había ocurrido eso, ¡carajo!
¿Sería que mis amigos tenían razón, en nuestra
eterna discusión del uso del timón?
Sospeché que había cargado en exceso la zona
delantera; cosa que pude comprobar el día domingo,
cuando al estibar correctamente, no se presentó mas
dicho problema.
Nos encontrábamos a unos ocho kilómetros de Rolo,
ya entrada la tarde, cuando perdimos calado y
necesitamos arrastrar los kayaks.
La mar está baja y ocurrió algo que no habíamos
advertido, y que de golpe modificaba sustancialmente
nuestra situación.
Caminamos puteando, para volver a embarcar cuando
encontramos profundidad.
Remamos otro trecho y encallamos nuevamente.
Caminamos, reembarcamos y volvimos a navegar.
Y por tercera vez tocamos fondo...
En ése momento tomé conciencia que la zona de
bajíos podía continuar indefinidamente, que ya
terminaba la tarde, y que al día siguiente soplaría el
Sur insistentemente.
Y me entró miedo súbito.
Es increíble como una situación totalmente
controlada, puede convertirse (en un sólo instante) en
la antesala del caos.
Pasando entonces, de una actividad de aventura
perfectamente planificada, a una experiencia de
riesgo, no controlada ni deseada.
Y si éste fenómeno ese manifiesta contra-reloj, la
gravedad se potencia.
-¡Caminemos hacia el N! ¡Salgamos del bajío y
naveguemos hacia la isla Tigre! -propuse a los gritos,
a nuestros diseminados compañeros.
-¡Si vamos a Tigre, mañana no podremos salir, a
causa del viento S! -comentaron algunos.
-¡La prioridad no es salir mañana, sino llegar hoy!
-contesté preocupado.
Todos coincidieron y enfilamos a nuestro nuevo
destino, primero a pié y luego en kayak de travesía.
Como ahora el viento jugaba en contra, estábamos
cansados y con la moral baja, este tramo fué el mas
fatigoso (y fastidioso) de toda la jornada.
Pero ésa desagradable sensación dejó de existir, en
el momento mismo en que pusimos pié en la ínsula.
Entonces desapareció el susto, el agotamiento y los
dolores musculares.
¡Estábamos en Tigre, a cuarenta y pico kilómetros
de Campo Mare!
¡Habíamos tomado posesión de la isla, atravesando
para ello, la Mar!
El sol se ponía por occidente y sus reflejos teñían
de carmín las alas de una bandada de flamencos
rosados, que volaban en perfecta formación, hacia su
dormidero.
Y entonces Roberto y el Toto corrieron
desenfrenadamente, a buscar sus máquinas fotográficas,
para retratar al astro rey.
A la madrugada del sábado, hizo su aparición el
viento S.
Sopló todo el día, llegando en algunos momentos a
alcanzar ráfagas de 70 Km/h.
La carpa se la bancó bien y pudimos seguir
durmiendo tranquilamente, debido a que ya había sido
probada en infinidad de ocasiones anteriores.
En estos casos, recuerdo siempre el eslogan de una
propaganda comercial: "Todas las carpas son iguales...
hasta que viene tormenta", y agradezco que la mía sea
de buena calidad.
Los días de viento tan fuerte pueden ser vividos de
maneras distintas, de acuerdo a dos filosofías
antagónicas:
a) Pasar toda la jornada disgustado, quejándose de la
mala suerte y lamentándo la situación.
b) Disfrutarlos.
Porque sirven para descansar, caminar, dormir la
siesta, explorar, cocinar con tranquilidad, conversar
y "comosellama"...
para el caso que uno tenga con
quién.
Un grupo salió a pasear por la playa y regresó
horas después con un hallazgo fuera de lo común.
Se trataba de un cráneo de homo sapiens completo,
en perfecto estado, mas una tibia, fémur, húmero y un
hueso del hombro.
Del análisis de la muestra no pudimos sacar muchas
conclusiones.
No parecía de gran antigüedad, no presentaba
arreglos dentales y lo delicado de sus formas sugerían
la pertenencia al sexo femenino.
Los ocasionales antropólogos/patólogos aventuramos
varias posibilidades:
1- Indígena (sanavirón, malquesi o quelosi).
2- Ahogado cuyo cuerpo nunca fué rescatado.
3- Criollo de la zona (con aversión a los
odontólogos.)
4- Individuo que descendió de un avión en movimiento,
hace unas tres décadas.
Mirando el cráneo, recordé dos frases que solían
escribir los alumnos de medicina, en la frente de las
calaveras que utilizaban para su estudio:
"-Yo fuí lo que tú sos...
tú serás lo que yo soy."
Sentencia implacable, por medio de la cual nuestro
compañero de especie nos recordaba el inexorable
capítulo final, del que no podremos escapar ningno de
los mortales.
Al caer la oración caminaba por la playa, mirando
el rosado volar de los flamencos y el blanco romper de
las olas, en el sitio donde cambia la profundidad.
Entonces me puse a pensar, influenciado por la
presencia del nuevo integrante del grupo, en la
posibilidad de completar la mencionada sentencia,
redactando una pequeña sexteta.
Luego de varias pruebas, concedí el "imprimatur" a
la siguiente:
"-Yo fuí lo que tú sos...
tu serás lo que yo soy.
Realiza todo lo que hoy
te pida tu corazón,
así al llegar la ocasión
podrás decir: ¡listo estoy!"
Y como intento (sin perjudicar a nadie), realizar
todo lo que solicita mi corazón...
Con una sonrisa de aprobación, retorné al
campamento para reunirme con mis compañeros.
<El viernes siguiente acompañé a Carlos Nieto al
Museo de Antropología de la Universidad Nacional de
Córdoba.
Los expertos opinaron que los restos presentados
pertenecerían (hay que hacer estudios para corroborar)
a un individuo masculino de un asentamiento
precolombino, con antigüedad probable de mil años.
¿Qué tal, Pascual?
Aún sigo impresionado al pensar que los huesos de
una persona que vivió hace tantísimo tiempo, fueran
encontrados un milenio después por un grupo de
kayakistas que, viajando hacia la isla Rolo, cambiaron
rumbo a la Tigre, porque las aguas de la Mar de
Ansenuza estaban en baja.>
A la noche se armó el fogón, alrededor del gourmet
Toto Soria, que preparó un guiso "con tuti".
Estos rosarinos no salen a navegar, vienen para
cocinar y de paso reman por añadidura.
De la nada aparece la leña y enseguida encienden la
fogata.
Ésta trajo aparejada, además de los ricos olores de
la comida que se va hacienco, los jugosos comentarios
de los sucesos del día y los recuerdos inolvidables de
travesías anteriores.
Y de amigos que hoy no nos acompañan en este
periplo, pero que están siempre presentes en nuestros
afectos, por participar todos juntos de la misma
entrañable afición.
El domingo partimos temprano, el viento había
menguado su intensidad, pero seguía soplando un
mediano S.
Comprobándose una vez mas, que en Mar Chiquita los
aires dominantes...
son los que vienen en contra.
El par de dobles y los cinco singles navegaban
saltando las olas, la espuma bañaba nuestras caras, el
sol nos acariciaba amigablemente y el viento de frente
frenaba un poco nuestro avance, pero proporcionaba una
agradable sensación de frescor.
Cruzamos de vuelta la enorme zona de avistaje de
aves (creo que es la travesía en donde mas flamencos y
cisnes he observado) y recalamos, después de algunas
horas en el islote Cacanova, en donde descansamos
media hora, mientras ingeríamos algún refrigerio.
A mitad de camino del tramo final, comenzó a
divisarse el promontorio de Campo Mare, que se iba
agrandando lentamente, a medida que nuestras
embarcaciones avanzaban hacia allí.
Concluía de ésta manera una excursión de tres días,
planeada para ir a Salvación, reprogramada para
arribar a Rolo y llevada por la fuerza de las
circunstancias a Tigre.
En nuestro viaje, como en la vida, distintas
situaciones fueron cambiando, obligándonos a buscar
nuevos horizontes y objetivos.
El secreto está en darse cuanta a tiempo y poder
adaptarse a las nuevas condiciones.
Y, por supuesto, disfrutar de ello.
FIN
Les mando abrazo.
Eduardo Ibáñez