Autor Tema: Pantano del Quípar  (Leído 3543 veces)

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Desconectado Alfonso

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Pantano del Quípar
« : 05 febrero, 2007, 12:16:36 pm »
Tenía unas ganas enormes de estrenar mi pala tradicional, y el sábado por la tarde lo conseguí.  Hace un par de meses padecí una avería en el coche que ha resultado fatal, el motor ha cascado y me he quedado sin todo terreno, era viejo pero funcionaba. Así que tengo que recurrir a mi incondicional ZX, harto de kilómetros, bollado, sucio, pero aguantando, está envejeciendo conmigo. Esto viene al hilo de que el otro me permitía acceder a sitios inusuales y escondidos. Las lluvias de los últimos días han embarrado los caminos que solía usar, así que tuve que elegir el río Segura aguas abajo de Cieza, desde la presa del Menjú hacia arriba, justo al lado de una carretera. Las aguas aquí son algo malolientes por su estancamiento, pero la relativa profundidad convierte a este tramo en el único apto para el paleo cerca del pueblo.
El escaso caudal que baja lo hace veloz, dejando una orilla sin profundidad y la otra con un metro escaso pero torrencial, así que bajo la lluvia, esforzándome mucho y sin timón no llegué a apreciar verdaderamente la respuesta de mi pala, básicamente subí el río intentando no meterme bajo los cañaverales por la fuerza de la corriente. Al salir del agua tenía una sensación confusa, la que obtuve con la de mi amigo Anto fue mucho mejor que con esta mía.
Dándole vueltas a la cabeza y buscándome razones deduje que la extremada corriente y desigual profundidad influyeron negativamente en el comportamiento de la pala, así que el domingo temprano me dirigí al Pantano del Quípar, o Alfonso XIII, dentro del límite comarcal de Cieza y pegado al término de Calasparra. Hace unos años se renovaron las compuertas de este embalse y reforzaron unos túneles cercanos a ella, con el resultado de que cerraron la carretera que desde Cieza llegaba a este sitio y enlazaba con Calasparra. Esto supone que una vez que llegas a la barrera que bloquea el paso, la única opción es hacer a pié el trayecto que lleva al agua, superior a un kilómetro y totalmente en pendiente. Los piragüistas locales se quedaron sin poder entrenar aquí, la mayoría de pescadores también, así como la gente que simplemente disfrutaba del entorno, paisaje y baño. Ahora es necesario ir a Calasparra y desde allí enlazar con un par de carreteras para llegar a las orillas del embalse. Esto ha hecho que el número de visitantes haya disminuido enormemente, y los grandes beneficiados han sido las aves que habitan allí: garzas, patos, cormoranes, gaviotas, garcetas, fochas, perdices y muchas otras cuyo nombre no conozco.
El embalse del Quipar es irregular, con muchas colas y entradas y no  demasiado extenso, su perímetro es de unos doce kilómetros. El río que le da nombre es apenas un arroyo y su aporte muy escaso, la profundidad de la cola es reducida y la vegetación lacustre abundante, lo que favorece la nidificación y cría de aves acuáticas. Tiene dos islas en su interior cubiertas de eucaliptos, pinos y matorral que ayudan al aislamiento y protección de nidos, a resguardo de zorros, ginetas, jabalíes, ratas y demás depredadores.
La gran ventaja de este embalse para la fauna es que más de la mitad de sus orillas son prácticamente inaccesibles, por estar lindando con extensas propiedades rurales  sin caminos de acceso, colinas y barrancos que hacen desistir a los paseantes de acercarse por allí. Lo más atractivo para mí es la colonia de nidos de garzas que se establecen en las copas de árboles secos y parcialmente sumergidos  en una de las colas. Es un conjunto de unos veinte nidos, a una altura del agua de uno a dos metros, y hace unos años ocurrió que unas lluvias intensas hicieron subir el nivel sorprendentemente, especialmente para las garzas, que vieron como sus nidos quedaban casi a ras de superficie. Entonces tuve la suerte de ver los huevos, de forma igual a los de gallina pero el doble de tamaño, de color azul celeste con pintas negras. Semanas después los pollos, nunca mas de dos, asomaban sus grandes picos por encima de las ramas secas que los protegían, con un aspecto de criaturas prehistóricas, asustados y buscando a sus madres, posadas en los eucaliptos cercanos y naturalmente incómodas con mi presencia.

Ayer la niebla cubría todo el embalse a las nueve de la mañana, no hacía frío y el silencio era total. La superficie del agua de color verde a amarillo según la profundidad, tranquila y quieta como un espejo. Comencé a palear lentamente, buscando el silencio, la comodidad, la postura de la pala. Entonces descubrí el error que cometí en su fabricación: el mástil de forma rectangular con tendencia al óvalo, pero virado 90 grados incorrectamente, de manera que cuando la mano tira hacia detrás se apoya en la cara ancha del mástil, y debiera hacerlo en la estrecha. Puedes llegar a acostumbrarte, pero sin duda no es lo correcto. Por la tarde casi terminé mi segunda pala esquimal, ahora con las correcciones oportunas.
Por otra parte el silencio con que entra en el agua es espectacular, la salida la tengo que cuidar, noté que el silencio lo consigues si paleas lentamente. Así lo hice doblando las puntas para sorprender de repente a un bando de un centenar largo de patos silvestres que levantaron el vuelo, detrás de ellos los cormoranes y al fin las garzas.
Completé el perímetro del embalse pasando frente a la presa, sólo dos pescadores pasaban frío entre la niebla que lentamente se levantaba, descubriendo los montes que circundan el embalse, regalándome fotografías mentales de sosiego, naturaleza y soledad que serán mi alimento espiritual para esta semana.