En julio del año 2006 un grupo de amigos recorrimos un tramo de costa mediterránea desde Águilas en Murcia hasta San Jose, en Almería. El penúltimo día un brusco e inesperado cambio en la meteorología nos obligó a poner término al viaje unos kilómetros antes de lo previsto, el poniente nos impidió doblar el Cabo de Gata.
Este sábado, Amadeo y yo decidimos saldar esa vieja cuenta pendiente, y animados por la convocatoria de Pepín y Emiliano nos dimos el madrugón cargados con nuestros barcos dirección Sur.
Tengo que decir que conducir hacia Almería es para mi diferente a todo, es la dirección de mi juventud de los dieciocho, carnet nuevo, la vida enfrente, playas infinitas, noches interminables, muchos y gratos recuerdos. Desde la autovía se alcanzan a ver tramos de la antigua carretera nacional, cada tramo me golpea en la memoria con escenas olvidadas, sabores repentinos, olores fugaces.
Después de unas llamadas para concertar el encuentro, nos reunimos puntualmente en San Jose con Emi y Pepín a las nueve y media para desayunar y saludarnos, es un gusto reencontrarse con gente de buena voluntad. Les comentamos nuestra idea de doblar el Cabo, y bajo su consejo nos dirigimos a las playas desde las cuales saldremos dirección Sur.
Antes de llegar por carretera a San Jose se atraviesa gran parte del parque natural, que nos ofrece este Enero su cara menos agresiva. Se alternan grandes planicies con lomas, montañas y cerros redondeados, lentamente erosionados y de formas dulces. No existen masas arbóreas, pero sí un tupido manto de vegetal bajo que cubre todo el territorio. Las hileras de chumberas delimitando antiguos campos de cultivo trazan líneas horizontales en el paisaje que complementan la sensación de quietud y tranquilidad que de la zona se desprende. Gigantescos símiles de espárragos descomunales surgen de las pitas, de procedencia transatlántica y que tan bien han prosperado aquí.
Se alternan dentro del parque y aledaños grandes explotaciones agrícolas cubiertas en su mayoría por plásticos, magrebíes en bicicletas destartaladas, residentes locales y extranjeros con aire reposado, gentes que buscan aquí una tranquilidad interior al compás del ritmo pausado de la zona, del cálido clima, la ausencia de ruidos, tráfico, fábricas y bocinas.
Según nos adentramos acercándonos a la costa dejan de verse invernaderos, tampoco construcciones recientes y grandes extensiones limpias de construcciones aparecen como regalos a la vista. Un rebaño de cabras blancas pace en los riscos pegados a San Jose desperdigadas entre las parcelas y chalets blancos de la población, es una seña de identidad de la zona, que no quiere ni debe desprenderse de sus tradiciones, costumbres y formas de vida.
Desde San Jose y a través de estrechas y empinadas calles al borde del mar se llega a una zona alta que indica el principio de una pista de tierra que conduce a la zona mas restringida del parque. Una serie de valles de sueño, circulares y rodeados de montañas sin aristas que se dejan caer para formar antiguas zonas de siembra, hoy cubiertas de un verde temporal, exquisito y breve. Desde lo alto puedes ver como la planicie se vierte al mar, arenas blancas que se posan sobre las dunas pétreas como azúcar glass soplado por un indolente y gigantesco dios.
La visión desde el coche de estos sucesivos valles, íntimos y engalanados con playas de ensueño, tranquilas y casi solitarias, choca con la presencia a ambos lados de la pista y cada pocos metros de señales que prohíben el estacionamiento bajo severas sanciones, en verano esta zona debe mostrar otra cara bien diferente.
Siguiendo al coche de Emi nos salimos de la pista en dirección a la última playa antes del Cabo geográfico, y aparcamos cerca de varios remolques, furgonetas y coches de surferos, hippies y locales, todos en buena armonía, al menos aparente.
El poniente de días pasados ha dejado una ola que rompe para gusto de los surferos, metidos en el agua a la espera de la racha buena. El día es fabuloso, soleado y poco ventoso hasta ese momento. Mientras nos preparamos no dejamos de charlar, nos vemos cada mucho tiempo y es muy agradable el reencuentro.
Ya en la orilla vemos romper las olas, no son muy altas pero alguna si que puede darte un susto o revolcón, pero casi seguro que remojón seguro hay para todos. La pendiente es muy leve y la línea del agua avanza o retrocede más de veinte metros. En estas circunstancias es a veces complicado salir, la ola que entra a ras de suelo te suele torcer la proa y la falta de fondo te impide encarar el kayak. Pero como todos somos cojonudos salimos sin problemas y ponemos proas al sur.
Amadeo y yo estamos muy emocionados, ponemos fin a un capítulo interrumpido hace dos años, y no nos damos cuenta de la velocidad que llevamos empujados por el levante. Pasamos la punta Roja, la Negra, el Dedo, y llegamos a las Sirenas, que son unos islotes verticales que asoman bajo el faro de Cabo de Gata. Es una zona abrupta, seca y mineral, de belleza descarnada y árida, inhóspita y al mismo tiempo hipnótica.
Al doblar el Cabo advertimos que el levante se ha incrementado, surfeamos alegremente hasta llegar al otro lado, divisamos Almería ciudad en la lejanía y Sierra Nevada al fondo, nieve en su cumbre. El inicio de la larga y monótona costa de Retamar pone término a la ruta mental que tanto tiempo he pretendido culminar. Y precisamente al virar es cuando el Levante nos frena, nuestros cuerpos se convierten en velas contra las que el viento choca, nadie habla en todo el trayecto salvo algún grito aislado, algún que otro casi-me-vuelco y el estruendo del viento en los oídos.
Bajo el faro decido parar para ponerme la térmica, el frío no me gusta como compañero, y busco unos raíles sobre una empinada pendiente por la que asoman tres barcas. La zona es abrupta, rocosa, y el mar bate con fuerza. Consigo salir, cambiarme y reembarcar bajo la atenta mirada de Pepín, el cual sufre por mi kayak de fibra mucho mas que yo mismo. En un momento dado, el kayak se queda en el aire conmigo dentro y solamente apoyado por dos puntos en los extremos, sobre dos hierros. Por suerte viene una ola que me saca de allí y seguimos como podemos.
Según Pepín, la mar está cruzada, ola de poniente y viento de levante, una combinación explosiva especialmente en los tramos que mas nos acercamos a la costa, un auténtico caldero bullente que no te permite mas que apretar los dientes y mantener la vista fija en la proa, pendiente en cada segundo del vacío que a veces se produce en la parte trasera del kayak y que se traduce en un vértigo repentino, una sensación de caída, de falta de asiento que asusta mas que otra cosa.
La salida la tomé por la parte más peligrosa y cercana a las rocas, aunque desde el agua no lo parecía, pero sin problemas, así como el resto. Una vez en la playa, Pepín me pide la Skua, él se ha encargado una y la prueba a fondo. Este muchacho tiene una habilidad sorprendente, mucha técnica y confianza. Su última prueba la hizo resfriado, y hoy se moja, surfea, esquimotea, llega a la orilla y se vuelve…no le cabe la sonrisa en el rostro. Ahora estará deshojando la margarita del timón, pobre de él.
Mas amigos nuevos, cervecitas, tapas, ojo con la Hueva de Jibia a la plancha, el tocino con habas, los lomos, las costillas, todo cosa buena y buena compañía. Después visitamos el refugio de Pepín , un te, unas risas y a la carretera. Un buen día.