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Vega media del Segura

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Alfonso:
Domingo a las 07.30. Ato la piragua al coche, todavía  de noche, y después de un café me dirijo a mi sitio favorito. Entro al río por debajo de una higuera enorme, que en verano da sombra al tiempo que crea unos asientos escalonados con sus raíces, y alimenta a los lustrosos barbos de panza blanca que viven aquí.

El frío matutino me obliga a taparme las orejas. La superficie del agua no se deja ver, cubierta por un manto espeso de bruma que aumenta si cabe la sensación de alejamiento del mundo. Río arriba, paleando mas deprisa de lo aconsejable, buscando calor.

A la derecha tengo una orilla de cañas, a la izquierda una pared vertical de piedra de unos cincuenta metros, que cae a plomo sobre el agua. Trescientos metros y curva a la derecha, el río se ensancha y a mi izquierda aparece el cañón del río  Quípar, una selva impenetrable, un paraíso de jabalíes, zorros, águilas y quién sabe.

Continúo quinientos metros para doblar a la izquierda, donde me saludan una parejita de somormujos de apenas dos meses, pequeños como el puño, nerviosos e inexpertos. Se sumergen y aparecen unos metros adelante, siempre a mi proa, tres o cuatro veces, hasta que consiguen refugiarse en la orilla.

Ahora tengo delante de mí un tramo largo, de unos setecientos metros, encajonado en paredes de piedra que hacen casi imposible el acceso desde tierra. Es territorio de jabalíes, su rastro en los revolcaderos es impresionante. Tienen las orillas fangosas pisoteadas, y a veces gruñen, mueven las cañas, a tres metros de mi barco. Entre el agua y las rocas, una franja de tierra totalmente cubierta de espesa vegetación: pinos, álamos, adelfas, helechos de apariencia prehistórica, enredaderas que cubren totalmente árboles de quince y veinte metros de altura, árboles secos horadados por  pájaros carpinteros…

Mi amiga la garza ya ha levantado el vuelo. Mantiene un juego curioso, siempre volando delante de mí, posándose un trecho adelante, espera a que llegue y vuelta a volar, así hasta que termino el recorrido.

Ahora viene la curva a derechas más espectacular. A mi izquierda la pared, negra, azul y marrón, emerge vertical desde el agua elevándose más de ochenta metros. Justo en la curva y en el interior de la pared aparece una cueva en la que puedo meter la piragua y escuchar el goteo de las filtraciones que desde la roca llegan al río. Es una pequeña bóveda en la que se adivinan antiguas entradas a la montaña, sólo aptas para las nutrias que abandonaron este cómodo refugio debido a las numerosas visitas.

Encaro un tramo largo, el río se ensancha y tranquiliza. La orilla izquierda está protegida por un muro de zarzas de tres a cinco metros de altura y anchura, refugio de gallinetas. Una pareja de patos levanta el vuelo y animan a la colonia de cormoranes que aquí sobreviven. Llevo varias semanas sin ver al martín pescador, la flecha azul y naranja que demuestra con su presencia lo irreal e inaudito de este sitio.

Paso de largo la cueva de los monigotes. El bajo nivel del agua dificulta la maniobra de atraque en el embarcadero que existe aquí. Este abrigo-cueva alojó unos parientes que decoraron las piedras con representaciones de animales, dioses, etc…
El estado de conservación es lamentable, y da que pensar el hecho de que la altura a la que aparecen es la de las rodillas. Originariamente se pintaban en lugares elevados, así que el suelo original estaba a más de dos metros de profundidad. Sumergidos y enterrados deben haber cantidad de refugios similares, ahora perdidos desde la construcción de la central eléctrica que amansa estas aguas.

Después de esto se suavizan los márgenes. Estamos en uno de los últimos bosques de ribera mediterráneos del sureste de España. Las lluvias de los últimos días han enturbiado el río. Hace dos semanas podía meter verticalmente la pala y distinguir con claridad la hoja de abajo. En una contracorriente de las últimas curvas encuentro barbos de cuarenta centímetros esperando lo que el río traiga, siempre en el mismo sitio. Me sitúo encima observándolos, hasta que se percatan y en dos coletazos desaparecen de mi vista.

Doy la vuelta  cuando llevo unos tres kilómetros y medio. Un banco de fango en la orilla me regala con la presencia inequívoca de huellas de nutria. Son palmeadas, del tamaño de  un perro mediano, con tres garras. Provienen del agua, y es imposible acceder desde la orilla. Este paraje es una recolección de satisfacciones constante, cada estación te regala con diferentes colores, olores, sonidos: en invierno la bruma helada y los cañaverales de color oro. La primavera explosiva, el tumulto de los pájaros, aromas sofocantes . El caluroso verano que atrae a la gente, los chapuzones, el sabor a tierra del agua. El comienzo del otoño derrama una nieve de polen de los álamos a cámara lenta, brillando bajo el sol…
Cientos de tortugas hibernan entre los escondites que crean los grandes bloques de piedra en los márgenes del río.

La vuelta siempre es más rápida, a favor de corriente. Repito mi encuentro con los pequeños somormujos, unas cuantas gallinetas (focha común) y la garza que siempre me acompaña.

Desembarco y tardo nueve minutos en amarrar y cambiarme. Una vez más el forestal no me ha pillado.

Alfonso

monociclista:
Joder Alfonso !!!! parecia que estaba viendo un programa del Felix ese,tiene que ser muy bonito ,si.

Alfonso:
Pues nada, monociclista, cuando vengas por Murcia avisas y vamos.
Saludos,
Alfonso

monociclista:
Pues yo conozco a este:http://www.piraguamurcia.com/contacto.php
en mucia,creo que se llama Eduardo,(es que nosotros le llamamos,el murciano).coincidi con el en el simposium de kayak de mar del año pasado en girona,si le ves mandale saludos de mi parte y de Miguel,de piraguas GM.

monociclista:
Perdon,el de Kayak esport se llama Quique,es que los nombres no me quedan,aunque los caretos si .....jejeje.

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