En la mitad del camino se levanto un fuerte viento norte que nos impidió alcanzar la costa con luz de día, lo que nos obligó a permanecer toda la noche en los kayaks, en la más absoluta penumbra, a la espera de la llegada del amanecer, para poder desembarcar en la costa, llena de escollos, pendientes y otros peligros.------------------
JULIO: SITUACIÓN LIMITE: Esa noche se la jugaron y si ese viento que cuando calmó les dejó mantenerse a flote cambia o se rehace…………………. ¿Deberian haber llevado velas?
Hola Douglas,
Si esa noche estuvo bien jugada.
Aquí publico un extracto del relato de la expedición, que se refiere justamente a esa noche.
(La Patagonia es una de las regiones mas ventosas de la tierra)
Quedais invitados a seguir nuestra próxima expedición:
www.kayakantartica.comSaludos,
C.
"...pusimos proa al sur, hacia la isla Purcell y sus pequeñas islas satélites, que a la distancia se destacaban como un bastión solitario sobre la inmensidad del margen norte del Golfo de Penas. Cruzando el mar oceánico llegamos a su costa flanqueada por un hervidero de rompientes espumosas y corrientes arremolinadas. Metiéndonos entre el islote Redondo y Purcell, pasamos por debajo de la colonia de cormoranes imperiales más grande que hayamos visto nunca, reunida sobre unos abismos inabordables. Más adelante, después de una lobería, apareció la isla Surania, la más austral de este grupo, al tiempo que varios pingüinos pasaron dando saltos junto a nosotros, en dirección a un promontorio rocoso que en seguida abordamos, encaramándonos en él montados como jinetes sobre una ola, y desembarcando rápido antes de que una segunda ola nos tragara de vuelta.
Ya en lo alto del promontorio, mientras porteábamos los kayak a lugar seguro, vimos como un grupo de pingüinos desaparecía atemorizado en la espesura del bosque de Surania. Con la cabeza gacha, y con un habilidad notable, se perdían veloces entre los troncos y ramas. Premunidos de videograbadora y máquina de fotos, nos metimos sigilosos en ese bosque misterioso. Avanzando con dificultad entre la maraña de troncos musgosos, de golpe nos encontramos con las miradas curiosas de unos pingüinos que apenas asomaban sus cabezas desde unas pequeñas cuevas cavadas entre las raíces. La escena parecía sacada de algún cuento de duendes y bosques encantados. Nos movíamos despacio. No queríamos perturbarlos. Al poco tiempo se acostumbraron a nosotros y entonces pudimos filmarlos y fotografiarlos muy de cerca. Más adentro en el bosque fueron apareciendo otros ejemplares, agrupados en mayor número. Nuestra fascinación y deseos de continuar explorando aumentaban conforme íbamos penetrando la isla, pero ya se hacía tarde y era imperioso regresar a nuestro campamento en Forelius. La última toma, una última foto, y salimos de regreso a las rocas donde habíamos desembarcado.
Si antes había sido casi una hazaña recalar, ahora un aumento en la violencia de la rompiente y la formación de un terrible hoyo durante la resaca, hacían totalmente imposible nuestro retorno al mar por ese mismo lugar. Entonces tuvimos que tomar los kayak y portearlos a través de la isla hasta la costa opuesta, algo más protegida. Lanzándonos al mar acostados sobre las cubiertas, tal como lo haría un surfista, nos separamos a nado del acantilado y la rompiente, tan rápido como fue posible, y desde ahí nos pusimos a remar a toda máquina hacia la península Forelius. La llegada intempestiva de un poderoso viento de sotavento, que nos apartaba de la costa hacia la que navegábamos, sumado al porteo en Surania, trajo como consecuencia que nos retrasáramos y no alcanzáramos a contar con luz suficiente para desembarcar con seguridad entre los peligrosos escollos, rompientes y acantilados de la costa donde estaba nuestro campamento base. Mientras intentábamos distinguir alguna salida, la oscuridad se hizo total.
Evaluando los peligros de distintas estrategias para alcanzar la costa a oscuras, finalmente decidimos permanecer en el mar hasta el amanecer. Uniendo los kayak con un mosquetón, y con los antebrazos apoyados con firmeza sobre los remos cruzados sobre las cubiertas, dimos forma a una estructura bastante rígida, una especie de catamarán que nos mantenía en segura flotación sobre un mar de olas entrecruzadas, con una ola pequeña y vertical que venía del norte, y otra muy larga, de entre 5 y 10 metros de altura, que era un mar de fondo que venía del lejano oeste.
Para combatir el frío, así mojados he inmóviles como estábamos, nos envolvimos con el techo de nuestra carpa. Como el viento nos apartaba de la costa, para conservar nuestra posición y nos ser arrastrados al océano, cada cierto rato debíamos separar los kayak y navegar hacia el norte.
Al no poder distinguirnos más allá de 5 metros, debíamos ir tocando nuestros silbatos para mantenernos unidos, remando muy cerca uno tras del otro. Mientras navegábamos así era necesario mantener la estabilidad a ciegas, porque no teníamos la posibilidad de ver las olas que nos embestían, en ocasiones muy verticales, lo que puso a prueba toda nuestra habilidad marinera. Para orientarnos mirábamos el perfil de las montañas más altas de Forelius, pero de reojo, porque de lo contrario quedaban en el área ciega de nuestras retinas, volviéndose invisibles. Por increíble que parezca, no faltaron los momentos en que nos quedamos dormidos. Así, mientras los sueños se confundían con la realidad, comenzó a disiparse la penumbra y esa larga noche empezó a llegar a su fin. Entonces pudimos ponderar en toda su magnitud la inmensa marejada sobre la que estábamos, la más grande que hallamos navegado nunca, y que reventaba con una furia implacable sobre la playa de caleta Sonora, cerca del campamento donde Ana todavía dormía placidamente. Metiéndonos detrás de un islote que cortaba el oleaje, superando un poderoso remolino que se formaba tras de él, y surfeando sobre la ola remanente, finalmente pusimos pie en tierra, extenuados, pero ilesos y con todo el equipo indemne. Unas horas mas tarde yacíamos tibios y secos en nuestros confortables sacos de dormir, de los que no saldríamos hasta el día siguiente."