Tal y como narró nuestro justo capitán, librose la batalla de manera cruenta, y mi persona no pudo, ni quiso, evitar el enfrentamiento. Mi palabra empeñé hacia nuestro capitán y su tripulación, y por ello con mi compañía acercámonos a la vila para tal situación. Si Nahebu tiene la capacidad de la precognición, fue producto ajeno a la casualidad mi presencia. Sintiendo lo que se avecinaba, y con la mente vacía de toda sensación, pude percibir una alteración del kokoro (membrana mística del orden universal), y que identifiqué con la presencia de un hecho que desembocaría en la batalla en la que nos personamos.
Pasemos por encima de los momentos librados en la lucha, que no ha de ser sino de hediondos y flácidos falsos guerreros el hecho de describir y regodearse en la destrucción y la muerte. Quien tiene tal por orgullo no es sino un orondo saco de pútrido aire. Aquellos que han sobrevivido a diferentes encuentros con la CER, no buscan sino salir del embite, nunca regodearse de las muertes que han realizado. Que los dioses de cada cual los acoja donde pueda, y que allí nos esperen por tiempo!!!!.
Tras la pugna y viendo partir al gitano lo pude alcanzar con gran esfuerzo. Siento, por ello, que mi entrada fuera de un cariz tan cómico, pero no debía de volver a desaparecer sin hablar con el capitán y la tripulación. Pusieronme al día de los acontecimientos, y con gran honor, conocí a parte de la tripulación. Hablamos y bebimos, lo suficiente para acallar de nuestras gargantas el sabor herroso de la sangre. Y en este cariz, el capitán encargome de haceros presente la razón de mi enfrentamiento con lamaszorra. Ello es lo que me propongo, con la torpe letra de quien más ocupa su mano en blandir mi sable, mis dos sables, y manejar otras armas, que en dedicar su habilidad en la caligrafía. Si mis maestros supieran de mi abandono por la letra...
No queráis saber más de mi compañía que lo debido. El conocimiento hace libre al ser humano, es cierto, pero a cambio del temor, de la zozobra y de la consciencia de su pobre presencia en el universo. Solo debereis saber que, tras diferentes encuentros, conformose una compañía de diferentes guerreros. Diferentes en su procedencia, entrenamiento, credo y lengua, más unidos por la fina línea de la casualidad, de los augurios, o simplemente de la vida. Somos compañía por ser todos iguales, con igual derecho y libertad; por unirnos el único compromiso de la lealtad líbremente decidida. Y, así mismo, unidos por la pasión de la vía del guerrero. Por ello muchos nos llaman mercenarios, otros ronin, otros... pero lo cierto es que nosotros decidimos las batallas en las que entramos, sabemos porqué lo hacemos, y sabemos lo que podemos perder.
Quiso la suerte, o el destino, que huyendo de una traición, a la que dimos largo y conveniente respuesta, diéramos con nuestros huesos y nuestro barco en una rada protegida en un punto de esta tierra bañada por el mar que conocen como kantauri, cántabro, o cantábrico. En esa rada, un pequeño poblado de pescadores acogió y nos dispensó con su humilde posibilidad de lo que requeríamos para recuperarnos de un poco glorioso desenlace. El tiempo quiso que, poco a poco, y pese al temor que nuestra indumentaria, nuestras armas, y nuestra sola presencia pudiera provocar, ambas comunidades unieranse en un mismo sentido de necesidad. Ellos nos ocultaban, y nosotros les protegíamos de enemigos, tanto en la tierra como en el mar. De esta relación empezamos a abrir nuestros ojos a la vida de quienes sufren nuestras incursiones, comprendiendo cuan dura es su existencia. Que si bien la vida del guerrero no está exenta de dureza, no es menos cierto que no tiene nada que lo ate, nada que lo retenga, nada que le obligue sino es su propia voluntad y empeño.
De esta manera, nos recuperamos de la heridas, y pudimos seguir mejorando cada uno en sus artes de guerra. Es cierto que mis espadas son peligrosas, pero quien las forjo, que tuvo que huir conmigo a la orden de nuestro señor, las forjó con un haiku claro: "rezo para que nunca salgas de la vaina; pero si has de salir que realices tu quehacer con prontitud y diligencia". No menos peligrosas son las espadas del pequeño, el hacha de abordaje del gigante rubio, o las artes de la polvora y la explosión de nuestro amigo moreno. Por no negar las habilidades con la cuerda, con los ganchos, o con las humildes hoces convertidas en peligrosas armas en las manos de mis compañeros.
Vivíamos y trabajábamos en este pueblo cuando, un maldito día, nos llegó la noticia de que una de sus lanchas habíase extraviado en la mar. Contaron los que pudieron salvarse, de una extraña nube gris, una bruma espesa como la mente de un malvado, llena de un olor putrefacto, que en un momento cubrió la mar. De su entraña apareció una embarcación negra, que navegaba contra viento, y cuyo velamen negro flotaba inane, mas su movimiento era en extremo rápido. Alcanzó una de las pequeñas traineras que afanaban en la búsqueda del sustento, y los gritos de sus ocupantes impelieron a sus compañeros a la huida. Conocemos su valor, y su unión, por ello al ver sus faces todavia libres de sangre en sus venas, conseguimos entender que aquello que se apoderó de los pescadores estaba muy por encima de la comprensión de sus creencias. Los más viejos hablaron de un barco de almas en pena, que transporta a quienes han muerto en pecado hasta un punto donde se unen formando una procesión de almas en pena, que avanzan por los bosques y se apoderan de todo aquel que los viera, o socorriera, cargándolos al infierno.
Acudieron a nosotros, solicitando nuestro concurso. Ninguno de nosotros consideró la muerte como algo diferente de la vida, y por ello eso de las almas nunca nos pareció ámbito de temor. Pero vi como mi metalúrgico cambiaba el rostro. Aceptamos la empresa por unanimidad. El miedo era una opción, y en los ojos de alguno de mis compañero pude leer un temor muy profundo, donde normalmente no se ve sentimiento alguno al enfrentarse a la muerte. El piloto, hombre de mar y por ello susceptible a ciertas supercherías contó de algo parecido que ocurriole en el mare nostrum de los romanos, cerca de la antigua cartago, y de leyendas de pueblos que por los siglos comerciaron en esas costas. Otro de mis compañeros aseguró haber visto esa misma nao en su litoral, donde los portugueses conquistaron sus tierras. Pero todos nos comprendimos inmersos en esta nueva aventura, que por tal la tomamos. Un barco al que subir, rescatar, y hundir como castigo.
El pequeño forjador pasose la noche entera en su horno. Los rezos normales y los cánticos que acompaña a la creación de una nueva arma sonaron esa noche extranos, arcanos. A la mañana me presentó una nueva pareja de sables. En sus hojas llevaba escritos delicadamente las letras de protección, que nunca antes había utilizado. No dijo nada.
Entrenamos todo el día la táctica de acercamiento, el abordaje y los movimientos para acabar con los tripulantes, los pilotos y el capitán de la nave, de acuerdo con los asustados comentarios de los pescadores. Al atardecer nuestro piloto puso rumbo al punto donde surgió tal nave. Remamos hasta llegar a la zona, y, de improviso, el sol se tapó como habían descrito los testigos. Silenciosamente, dejamos resbalar los pellejos hinchados sobre los que nos moveríamos hasta llegar a la altura del barco, mientras nuestros compañeros en nuestra propia embarcación harían una maniobra de distracción sirviendo de cebo. El barco apareció tal y como nos lo habían contado. Desde el agua, con el peso de nuestras armas, acercámonos al barco. De repente en mi mente aparecieron las extrañas palabras de mi maestro forjador: "El agua, el fuego y la voluntad son la únca arma contra quienes guían ese engendro. Usa las armas que te he dado, pero reserva la corta para la dama, o para tu propia muerte en caso de que te atrapen".
Escalamos hasta la amura con los guantes claveteados. Salté a la cubierta, y mi sorpresa fue no encontrar ser vivo en ella. Rápidamente mis compañeros aparecieron por los diferentes puntos. No hubo puesto el pié el último de ellos cuando de la nada comenzaron a manar cuerpos que nos querían atenazar. Las armas brillaron. Los movimientos hacían trizas los cuerpos de los desesperados que buscaban nuestra vida. Pero la mayor de las sorpresas fue comprobar que no había sangre. De su cuerpo destartalado ningún fluido surgía. Simplemente seguían su labor de atenazarnos. En un movimiento corte la cabeza a una criatura y su cuerpo se descompuso al momento, al tiempo que un suspiro de alivio se dejaba oir. Inmendiatamente la orden se transmitió entre nuestra compañía: cortar las cabezas. Y así cad uno se convirtió en un molino cuyas aspas segaban las testas de los malditos.
Entre ello surgió otro tipo de criatura, esta vez armados y con una muy diferente presencia. Rápidamente nos atacaron con una gran fiereza, pero nuestras armas les eran desconocidas, y el primer encontronazo les hizo brillar algo parecido a la miel que brotaba de sus heridas. Su hedor era horrible incluso para las narices tan poco finas como las nuestras. Olaf el gigante del norte gritó. "SI sangran se les puede matar". y para cerciorarse su hacha partió en dos la cabeza de uno que le puso a tiro. Pero el horrendo ser siguió luchando incluso con la cabeza hendida. El segundo tajo de hacha separó su tronco de su cabeza, y entonces un chirrido inimaginable se oyó por toda la cubierta. Concentrados en la lucha, no mermo nuestra atención, y de esa guisa, otros dos fueron decapitados. Ahora los primeros nos cogían, nos abrazaban, y ví que lo que deseaban era la muerte, no la nuestra sino la suya. En dos movimientos y en silencio ordené el ataque a las segundas criaturas, y dejar a los primeros en su dolor.
Al verse sorprendidos, se retiraron por la bocana del puente. Allí pudimos ver lo que un momento pudieron ser amigos. Sus cuerpos lacios yacian con los ojos en blanco. Sus cuerpos no tenían ya fluidos, como hace una araña con sus presas los habían desecado, pero pedían la muerte. No lo pensé dos veces, y esa acción fue el gran error. Salté al interior. Y de dos movientos corté las cabezas a aquellos seres que nos acogieron. En ese momento los pude ver. En un lado estaba ella: Lamaszorra; en el otro uno de sus capitanes. La mirada de ella centelleó al verme, y sin hablar la escuché cómo ordenaba mi captura. Tras el capitán otros tres malditos saltaron armados. La lucha fue breve, pues se retiraron con presteza, lo suficiente como para ver que sus pies se elevaban del suelo, y en un moviento imposible, uincluso para un entrenamiento como el mio, alcanzaban la cubierta. Luchamos. El capitán era un digno oponente, una fuerza inhumana, una rapidez fuera de las posibilidades de cualquier ser, y una fiereza de fuego. Frente a ello, solo el vacío. Mi mente buscó el vacío, y mi cuerpo supo lo que tenía que hacer. Tras el primer movimiento mi arma corta abrió un espacio entre el cuerpo y la cabeza del capitán. Me dirigí a lamaszorra y vi en sus ojos el disfrute. Había caído en sus garras. Todo lo que buscaba era nuevos capitanes y nos tenía a nosotros, a todos mis compañeros!!!!.
Respondí inopinadamente, el sable corto mi llevó hasta el ser, y mi brazo dió el golpe, pero mi perplejidad y el poder que emanaba lamaszorra, envuelta en un engañoso cuerpo de bellísima mujer, no permitió profundizar lo necesario, y tan solo una pequeña herida marco su inmaculado cuerpo. Dime cuenta de que era el sable largo el objeto que había herido al ser. Inmediatamente ennegreció, y mi mano sintió el dolor nunca antes padecido. Salté hacia atrás y ella chilló, con un grito desgarrador, no de dolor sino de rabia. Como pude logré salir a cubierta. El gran norteño, yacía bajo dos enormes criaturas, mientras el pequeño tagalo saltaba sobre ellos cortando sus cabezas. Un tercer horror, le cazó al vuelo con un gancho de abordaje y saltó para disfrutar de su presa. Sin pensarlo dos veces, y sabiendo lo que realmente buscaba lamaszorra, ordené abandonar el barco, pero el moreno me dió la respuesta: el fuego. Llegué hasta mis compañeros semimuertos que pedían la merced de la muerte definitiva para librarles de la muerte viva. Lo hice. MI dolor alimentó a ese maldito ser que se elevo hasta la cubierta, y que golosa no quería renunciar a lo que creía ya suyo. Gritó como un leviatán. Su forma humana desapareció y en su lugar una enorme hoquedad apareció. En ese momento el moreno lanzó una de sus granadas flamígeras y acertando en la abierta garganta del barco, reprodujo el fuego del que el maestro forjador habló. Del interior del barco surgieron gritos de angustia mezclados con ira, mezclados con temor, pero ninguno de ellos fue pronunciado por garganta humana. Visto el fuego, el moreno y yo saltamos al agua, mientras uno de los subhumanos trataba de retenernos. Nos lo llevamos con nosotros al mar. Al tocar la superficie, su cuerpo estalló en una llama.
Nos alejamos lo que pudimos del barco que, poco a poco se difuminaba en su propia sombra. Los gritos de lamaszorra, sus ahullidos, sus... no hay palabras para definirlo aún hoy los puedo oir las noches en las que me despierto sudando. Sé que la herí. No en el sentido de los humanos. La herí al arrebatarle lo que deseaba, a nosotros.
Esa es la razón por la cual, tras leer del encuentro del capitán Pepín con lamaszorra, me ofrecí para ser su más humilde arma. Sé que la muerte me puede esperar, todos sabemos que la muerte nos puede esperar a la vuelta de una aventura, pero la prefiero a que ese ser siga recogiendo los frutos de sus maldades.
He escrito estas copiosas líneas tras leer a Dragut III. Él conoce mejor que nadie a lamaszorra, conoce a quienes la siguen. Unos por vender su alma a cambio de cualquier vagatela, tesoro, poder, lujuria... Otros simplemente por ser el alimento de sus necesidades.
Dejo al único capaz de abordar esta situación, al capitán Pepín, la decisión de hacer o no hacer caso al Gran Dragut, pues también lo conoce. Pero era mi obligación explicar mis razones, y justificar la causa de mi lealtad.
Aquí está mi arma, y mi voluntad, junto a la de mis compañeros, es la de vengar a los caídos; tanto a los nuestros como a otros. Y que esta lealtad sea refrendada por los hechos.