Bueno, pues lo cuento: Travesía Bolnuevo-Águilas, bonita mañana de paleo, un mes sin fumar y como una moto, paramos a comer en cala dorada o algo así, una pared de arenisca con una casa excavada que servía de refugio a los esparteros de la zona (la misma que hoy se pretende mega-urbanizar).
Comí como de costumbre después de mucho palear, embutidos, quesos, pan, etc...A lo lejos la mole de Cabo Cope, mar ligeramente rizada que se agitaba según llegábamos a su sombra, todo se agitaba, todo.
En pleno rebote de las olas bajo el peñón no podía mas, sabía que detrás de todos los truenos vendría el rayo que se adivinaba terrible, mi neopreno de pata corta ajustadito temblaba de miedo y llamé a gritos a mi compañero Carlos Torres, el bueno de él se acercó sin saber lo que se avecinaba. Cuando llegó a mi lado yo ya tenía el cubre suelto y de un salto impropio para mi escasa agilidad me tiré al agua ante sus sorprendidos ojos, una mano en cada kayak, pantalón abajo y una pierna en lo alto de cada kayak. Cual enorme calamar, draken monstruoso expulsé a chorro todo aquello ajeno a la voluntad de permanecer en mí, Carlos se sintió atacado al notar por su amura de babor tamaña corriente extraña y al comprender de repente su origen me gritó algo y no bonito y salió despedido del lugar, yo (somos niños) me reía. Me costó un poco convencerlo de que volviera a mi lado para el reembarque y esa es la anécdota escatológica que hasta hoy me persigue y condiciona mis llamadas de auxilio ante la...duda razonable.