Como convocante y no-organizador de esta travesía, supongo que le correspondería a Xabier L. abrir el hilo donde contara algo de nuestras andanzas por la costa oriental de Asturias desde el jueves 30 al domingo 2. Además él hizo algunas fotos y yo no tengo ni una imagen. Sin embargo, su acceso a Internet últimamente es irregular, así que ahí va mi crónica (aviso: me ha quedado un novelón larguísimo) de unos buenos días.
Ah, dedico este tocho a Fran y Manolo, que imparten estupendamente unos cursos que vienen muy bien, y a la AGKM que los organiza. Agradecido.
Día 1. Jueves 30 de Julio. Playa de La Franca - Playa de Puerto Chico.
Con sólo un poco de retraso sobre la hora acordada y tras atravesar el ajetreo de LLanes en un mediodía de de temporada alta de verano, entro en el párking de la Playa de Toró. Este es nuestro punto de encuentro y también, en principio, nuestro lugar de embarque. Veo una furgoneta con un kayak encima y aparco cerca. No reconozco ni la embarcación ni el coche y pienso que será coincidencia. Por ganar tiempo, empiezo a desmontar la V-20, pero, en un momento de inspiración, me acerco a echar un vistazo al mar y decido dejar la señal quieta por el momento. La cala donde está la playa está sembrada de escollos puntiagudos, abre al NO y el mar de fondo que viene de ahí entra con fuerza. Además, la vía de salida evidente la habitan abundantes bañistas. En términos de barrancos, "está muy técnico".
Vía móvil, Xabier me asegura que llegan en breve. Me explica que no hay coincidencia, que el kayak que he visto corresponde a una nueva incorporación respecto a Perro Flauta 2008. Su dueño, que navega habitualmente en el Cantábrico, tampoco ve claro salir por aquí. Poco después, llegan Xabier y el, de momento, cuarto miembro de la expedición y coinciden en que sí, que tiene mala pinta. Uff.
Barajamos alternativas: El Sablón, la rampa del puerto de LLanes... Al final, optamos por movernos más hacia el Este y acabamos en la Playa de La Franca, en la ría de Santiuste, extremo occidental de la ensenada de Mendía, ya cerca de Cantabria. En el parking inmediato a la playa descargamos los kayaks y el material y, obedientes al letrero que indica que no se pueden dejar coches aquí por las noches, movemos los vehículos a otro parking más distante. Volvemos, estibamos (llevo demasiada comida, demasiados trastos), porteamos y, al fin, varias horas más tarde y casi 20 km más al este de lo previsto, embarcamos.
Salimos de la ensenada de Mendía con cielo nublado, rodeando por fuera el impresionante Castrón de Santiuste. Se trata de una isla abrupta, de paredes oscuras en cuya cara al mar se abre una gran cueva. Esta será la tónica del paisaje en el inicio de la travesía. Con algo menos de mar y menos ganas de avanzar y compensar los retrasos, quizá le hubiéramos dedicado un rato a esta cueva, o alguna otra de las que veremos, pero hoy nos separamos para evitar el rebote y continuamos marcha.
Avanzamos a lo que me parece buen ritmo y, al cabo de un rato, navegamos separados en dos parejas, aunque no muy distanciados. Me extraña que yo esté en la de cabeza y que no lo esté Xabier y supongo que irá de charleta hasta que suena la bocina de niebla que indica que pasa algo. Damos media vuelta rápida y vemos que Xabier está remolcando al otro compañero. Sorpresa, porque el afectado ha, entre otras cosas, cruzado el Estrecho de Gibraltar en kayak un par de veces, pero tenemos un caso de mareo serio. Xabier lleva ya un buen rato tirando y para el sufridor, que inicialmente colaboraba, mantener el equilibrio empieza a ser complicado. Montamos un remolque en corto a mi kayak que permite al mareado estabilizarse apoyado en mi cubierta de popa. Xabier a su vez me remolca a mí y yo puedo palear por mi lado derecho y ayudar algo. Si hace falta, el cuarto compañero dará un relevo a Xabier o usaremos mi cabo de remolque para añadirlo como tercer remolcador. Continuamos un rato de este modo. En este tramo de costa, no sobran los escapes, pero al fin llegamos a la amplia playa de Ballota, donde la salida está fácil, y desembarcamos.
Tras un rato tumbado, el afectado se recupera y, como recomienda el prospecto cuando el mareo ya ha aparecido, se toma un par de biodraminas. Yo nunca he visto que la biodramina funcione en gente ya mareada, pero no lo comento para no estropear un posible efecto placebo y, al fin y al cabo, tampoco he visto tantos casos. Puesto que se encuentra mucho mejor y las opciones de desembarco son menos problema a partir de aquí, decidimos probar suerte y reembarcamos. El mareo no tarda mucho en reaparecer. Volvemos a montar los remolques, evaluamos opciones y decidimos llegar hasta Llanes: ya se adivinan los Cubos de la Memoria y el puerto asegura una salida sencilla. No tendremos que recurrir a esta opción: el recuerdo de la mañana nos hace pasar de largo la playa de Toró, pero al navegar frente a la playa de Puerto Chico la vemos calmada y optamos por ella. Hemos paleado unos 17 o 18 km desde la Franca. Sin embargo, apenas hemos recorrido 400 m (la distancia que nos separa de Toró) de nuestra ruta prevista. Buena cosa que contáramos con cierto margen para llegar a Gijón
Para ser una playa prácticamente urbana, Puerto Chico resulta bastante tranquila. Un tipo agradable que resulta tener un kayak en Noja y que está allí con la familia se interesa por nuestros barcos y lo que hacemos. Le contamos y, tras un rato de charla y una indirecta tolerablemente sutil, se brinda a vigilar nuestro material un rato. No abusamos y tomamos una cerveza muy rápida en el bar de un cámping inmediato. Volvemos, damos las gracias y nos disponemos a comer algo. Nuestro vigilante voluntario nos sorprende preguntando si preferimos vino o cerveza. Sube las escaleras que comunican la playa con el pueblo y reaparece con cuatro botes helados (no hemos querido mezclar) y "un poco de queso de cabra para que piquéis". Mola que haya gente así.
Poco a poco la playa se vacía. Nuestro buen samaritano y su familia también se despiden y al rato nos quedamos solos y montamos un discreto vivac. Ha ido aclarando a lo largo de la tarde y, a pesar de las luces de Llanes, el cielo está lleno de estrellas. Nos dormimos enseguida y, salvo la visita de un grupo de chavales que ha incluido un ruidoso baño nocturno en su noche de marcha (playa de ciudad, al fin...), no hay demasiadas interrupciones ni molestias y descansamos.
Día 2. Viernes 31 de Julio. Playa de Puerto Chico - Playa de Vega.
Se cumplen las predicciones y amanece un día espléndido de sol, poco viento y menos mar que ayer. Hoy se debería unir al grupo un quinto miembro, veterano de Perro Flauta 2008, y acordamos el encuentro en la playa de Cuevas del Mar, donde queremos llegar a comer. Sin muchas prisas, nos preparamos y a eso de las nueve nos echamos al mar. Navegamos a lo largo de una costa preciosa, de foto, donde predominan los acantilados no muy altos, verdes en su parte de arriba e interrumpidos con frecuencia por playas o rías con pueblecitos de postal colocados estratégicamente. Delante de ellos, sobre todo entre la Punta de Jarri y Cabo Prieto, discurre una cadena de islotes y rocas entre los que culebreamos y por detrás, a lo lejos, vemos cimas y neveros de Picos de Europa. Por ratos así me metí yo a esto del kayak de mar.
Tras un par de horas de paleo relajado decidimos hacer una paradita y me temo que coincide con la playa menos bonita de la zona. Es San Antolín, larga, abierta y en su extremo occidental, demasiado próxima (pegadita) a la A-8. Eso sí, en este mismo extremo Oeste, la pared de roca que forma la Punta de la Dehesa constituye una escollera natural que permite el desembarco en agua plato. En un chiringuito contiguo, una joven nos sirve unas cervezas y una ración de bravas con gesto adusto. El gesto casa bien con el tono de un cartel en la entrada, una especie de "FAQ para turistas plastas", que reza: "No tenemos tabaco. Agua en la máquina. El servicio fuera. Para preguntar por Gulpiyuri en el puesto de Salvamento". En mi cabeza, añado el "Joder" final que el redactor no se atrevió a plasmar por escrito, pero que seguro tuvo en mente. Parece ser el único garito de la zona. Los monopolios...
Reemprendemos la marcha y la subida de la marea hace practicable un corto túnel en la pared de roca de la Punta de la Dehesa por el que salimos al mar. Las playas se hacen más pequeñas y escasas y los acantilados, aunque no más altos, más ásperos e imponentes, horadados por oquedades y arcos de roca. En sus cejas hay gente pescando que nos ve pasar y, así, doblamos la Punta de San Antonio y el Cabo de Mar y enfilamos el corto canal de acceso a Cuevas del Mar. Xabier y yo celebramos el precioso día y el escrupuloso cumplimiento de objetivos y horarios con unos esquimos que, además de refrescar, nos muestran que el kayak cargado (y el mío lo está bastante) no supone mucho problema.
Cuevas del mar es un sitio bonito y frecuentado, con chiringuito más amable con bocatas y botellas de sidra y más cosas incluyendo actividad cultural. Nos enteramos de que nuestro esperado quinto compañero va retrasado. La aeroguía sale a consulta y acordamos reunión en el Arenal de Guadamía. A la que vamos a embarcar, charlamos un poco con un voluntario de protección civil. Le preguntamos por el pronóstico del tiempo y nos comunica las dos versiones de que dispone, ninguna orientada a lo náutico. Cuando concretamos nuestra pregunta y expresamos nuestro especial interés en el mar y el viento, lamenta no estar informado, pero produce una tabla de mareas (nosotros también tenemos) y nos expresa su profunda convicción de que debe haber algún número de teléfono al que llamar para enterarse. Convenimos con él en que seguro que lo hay y nos despedimos agradeciendo la evidente buena voluntad.
Los acantilados son algo menos impresionantes y el viento refresca un poco camino de Guadamía. La entrada al Arenal es una especie de embudo entre cortados no muy altos, pero que organizan un auténtico carajal de rebotes. El embudo se prolonga en una especie de cañón o pequeña ría en cuya boca debe haber una barra, ya que vemos a bañistas de pie y el mar rompiendo alegremente. Parece que lo de la reunión va estar técnico. Sin embargo, un ser humano que hace señas sobre la pared oriental del embudo resulta ser nuestro compañero. Nos acercamos a la voz y nos cuenta que no ha visto claro el acceso con su vehículo. Rápidamente, proponemos nueva cita en Ribadesella, para asegurar (la aeroguía tampoco muestra otras opciones). Otra que libramos...
A Ribadesella entramos sobre unas simpáticas olitas redondas y largas que permiten alguna surfeadilla amable y nos llevan casi al canal del río, el extremo Este de la larga playa de Santa Marina. Allí esperamos a nuestro compañero y, una vez reunidos, organizamos una expedición en pos de helados a lo largo de una especie de paseo marítimo. Yo cederé a la tentación, bueno y a la sed, y en mi caso será helado *y* limón granizado. No aprovechamos, en cambio, la oportunidad de adquirir las auténticas Letizias de Ribadesella, las únicas artesanas (son unas pastas o cosa así), y enseguida estamos paleando de nuevo rumbo a la Playa de Vega, nuestra meta final del día.
Esta última etapa discurre con tranquilidad, bajo un cielo progresivamente más gris y una luz preciosa. Encontramos algunos bajos, los primeros que vemos en el recorrido, pero rompen con suficiente frecuencia para que no den sorpresas. Alguno me parece que sería surfeable, pero sin conocer y yendo un poco justos de tiempo mejor no hacer pruebas. Llegamos a Vega, larga y abierta al NO, con la bajamar y comprobamos que si, como es el caso, una playa le gusta a los surfistas (y esta parece que bastante), desembarcar con un kayak de mar puede tener su gracia. Miro a ver si de casualidad encontrara la zona donde la corriente de resaca teóricamente debería amansar la ola y voy reuniendo valor que al final no va a hacer falta: mis compañeros descubren que la mezcla entre pedrero y playa por la que la Playa de Vega parece extenderse al Este permite desembarcar con comodidad gracias a unos escollos que actúan de rompeolas. Luego resultará que este lugar tiene al parecer entidad independiente bajo el nombre de Playa de la Sierra. El inconveniente es que cuando llegue la pleamar no parece que vaya a quedarnos mucho espacio, así que toca un porteo hasta la playa principal que a estas alturas se hace largo.
Mientras aguardo al lado de un kayak en una de las paradas de descanso, una señora mayor que se retira con la atardecida se detiene a curiosear. Luce un llamativo vestido de flores y lleva una caña de pescar y una bolsa de plástico con, por el bulto, el cebo sobrante, o, tal vez, alguna pequeña captura. Como descubriré a lo largo de la conversación, conoce las piraguas por el Descenso del Sella, pero, de momento, me pregunta a donde vamos.
- A Gijón.
- Ah. ¿Qué habrá? ¿60 km?
- Bueno, no tanto. Algo más de 50 desde aquí
- ¿Que tardáis? ¿Una hora?
Tras la perplejidad inicial, no consigo evitar el primer impulso y contesto que serán más bien dos porque vamos de paseo, muy tranquilos, pero, sin solución de continuidad, me rehago, me arrepiento y le explico que no, que no, que el kayak no va a motor y que en realidad vamos a dedicarle alrededor de día y medio al viaje. La nueva cifra parece resultarle tan aceptable y lógica como su estima inicial. "Ya. Una afición. Como esto mío de la pesca" es su único comentario. Me parece que llegar en una o dos horas a Gijón la habría hecho considerar el kayak un medio de transporte de carácter práctico, una alternativa al autobús o el coche. Invertir día y medio nos coloca claramente en el campo de los pasatiempos. Tiene razón. En realidad, es posible que no me haya escuchado, o no me haya creído, porque Xabier me contará luego que ha mantenido la misma charla con ella instantes después que yo. A continuación, la señora me explica lo del Sella. Que ella ya no va, que eso está bien para forasteros, pero que ella ya lo ha visto y hay demasiada gente. Que en el puente se está muy apretado y que sólo se ve a las piraguas un minuto mientras pasan. Yo me pregunto si será esta fugacidad la fuente de sus ideas sobre la velocidad de los kayaks. Vuelvo a estar de acuerdo con ella y le aseguro que yo, aún siendo forastero y no habiendo estado nunca, tampoco iría con tanta gente .
Aprovechamos el lujo de servicios que ofrece la Playa de Vega: duchas, aseos y vestuarios bajo techo, de uso público y en excelente estado. El día se ha ido nublando y amenaza lluvia, así que, mientras la playa se despuebla, montamos tiendas y toldos. Hoy hemos cubierto unos 38 km y me están saliendo ampollas en las manos. Anochece y al lado de nuestro campamento pasan pescadores que supongo van a aprovechar la pleamar en nuestro lugar de desembarco y en los pedreros y puntas un poco más allá. Son gente discreta y, al menos yo, ni me enteraré de cuando pasen de vuelta.